Aún despintado y sin careta, el monigote de madera envuelto en cartón  representa uno de los   momentos más gratos para los niños y adultos de la familia Pauta, quienes han convertido esta tradición, que empezaron sus bisabuelos, en una excusa para reunirse.

Andrés tiene 6 años y está desesperado por cumplir los 9 para poder armar su primer año viejo, como es costumbre en su familia. Por ahora, él se conforma con ayudar a su primo de 12, quien construye su tercer muñeco: un hombre de piedra que le da más abajo del hombro. 

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Como ellos muchos prefieren conservar la tradición  de armar el año viejo en familia   y quemar con él los momentos  menos agradables del año. Aunque según Raúl Endara,  representante de los artesanos que confeccionan monigotes en la calle Seis de Marzo, la costumbre tomó un impulso comercial a partir de los años setenta.

Comprar los años viejos no es parte de los ritos de los Pauta, pues su prioridad es conservar la tradición que tiene cerca de  cien años en su casa.
Víctor, de 29 años, tiene en el patio de su vivienda tres “viejos” con los que no solo quiere quemar los malos ratos, sino  compartir un tiempo especial con su familia. 

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“Mi ñaño llegó de Italia en abril y no ha quemando un viejo desde hace siete años”, comenta emocionado, pues extrañaba armar los monigotes  con su hermano Charles, de 38.

Sobre cómo eran los años viejos en los tiempos de sus bisabuelos solo sabe lo que le ha contado su mamá. “Ellos los hacían de ropa vieja y aserrín, con la cara cocida sin careta, pero todo para quemar lo malo”, cuenta Víctor.

La transformación de los monigotes en el último siglo es clara   para Raúl Endara.

 Él afirma que la tradición que  se inició en los barrios, cuando las personas se reunían para armar un “viejo”, tomó un giro comercial por coincidencia.

“Todo comenzó cuando las empresas empezaron a hacer pedidos a ciertos artesanos”, comenta Endara, quien asegura que fue la curiosidad de los guayaquileños que observaban los trabajos, expuestos en las aceras, lo que activó el comercio.

Pero fue a  fines de los años setenta que el número de pedidos aumentó y los trabajadores decidieron empezar a producir para venderlos al público.

Los primeros modelos, según recuerda Endara, fueron las figuras políticas de la época, como José María Velasco Ibarra y Assad Bucaram. Luego, sin precisar fechas, comenta que empezó la producción de monigotes de las series de televisión más populares.

Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil, dice que también ha cambiado la estética de los muñecos, que pasaron  de ser monigotes hechos de ropa vieja rellena de aserrín o periódico a figuras más elaboradas con papel maché y en los últimos años recubiertos de esponja para darles más acabados.

Este cambio no significó mucho en las costumbres de la familia Jiménez, quienes pasan de generación en generación el  deber de construir un  monigote en casa. Jonathan, de 19 años, vive desde el lunes rodeado de papel periódico, pues en la sala de su casa está armando el muñeco que quemará su familia este año.

Hace calor y está cansado, pero sabe que tiene que esperar a su hermano menor, Alexis, de 12 años, para empezar a enseñarle el arte que ha estado perfeccionando los últimos  años.

El monigote de armazón de palo solo tiene una cobertura de cartón, pues Jonathan recién empieza a pegar los trozos de papel con el almidón que ha preparado.

Este ritual de reflexión –como él considera– lo heredó de su hermano mayor y para él tiene un significado especial: evaluar lo que hizo mal para no hacerlo de nuevo y no frustrarse.

Temáticas
En 1950, los años viejos en su mayoría eran una tradición de barrio y los monigotes representaban escenas de temáticas actuales.

Concurso
En 1964 se realizó el primer concurso de años viejos de Diario EL UNIVERSO. El ganador fue La familia de Juan Pueblo, del barrio Teniente Ledesma y Alcedo. Ellos ganaron 11.000 sucres.