Todo empezó en 1988, hace nada menos que 20 años. Lucho Mueckay era ya un bailarín y coreógrafo profesional que había empezado su carrera en México.Luego de terminar sus estudios de danza en la Escuela de Danza Contemporánea del Instituto Nacional de Bellas Artes y de teatro en el Centro de Arte Dramático y en la Escuela de Abraham Oceransky.Había ido a vivir a Costa Rica, donde ejercía como coreógrafo, bailarín y maestro de la compañía de danza de la Universidad Nacional de Heredia. Era una época de búsqueda de esa danza-teatro que había experimentado en México en grupos como Barro Rojo, Contradanza, Vámonos Recio.Quería seguir investigando esa posibilidad en Costa Rica, pero la compañía no se lo permitía, así que con su compañera Ileana Álvarez decidieron unirse para ensayar por las tardes proyectos coreográficos nuevos. Le buscaron un nombre a ese colectivo recién formado para poder presentarse y, además, cobrar. Y surgió ese jolgorio, esa fiesta, esa reunión para divertirse con baile o música que cobra vida en una sola palabra: Sarao. “Nos presentamos en el Festival de Jóvenes Coreógrafos con un éxito contundente. En ese entonces estaba investigando mucho la teatralidad y el humor y dos coreografías tenían que ver con el manejo del humor a través del movimiento”, cuenta Lucho. Presentaron Adrián y Beba a las puertas de El Paraíso, una historia que parodiaba el nombre de un conocido centro nocturno de allá y adaptaba una relación entre un canillita y una prostituta. Fue la primera obra del Colectivo Sarao, luego vino Historieta tragicómica de amor condicionado pero feliz y otra en honor de Federico García Loca.Al siguiente año, Lucho viajó a Quito para trabajar en un proyecto con el Frente de Danza Independiente del Ecuador y presentó con Ileana y el quiteño Terry Araujo Los ángeles caídos de la noche. Estaba radicado en Quito, pero conoció a Jorge Parra, que también indagaba sobre una nueva propuesta de danza, y surgió la idea de incursionar en la danza contemporánea en Guayaquil.Jorge Parra, bailarín y coreógrafo profesional, acababa de salir de la diluida compañía Ballet Concierto y trabajaba con el músico y compositor Schubert Ganchozo en un concierto sobre mitos de la Costa y la cultura afroecuatoriana. La obra se llamaba Renacer nocturno y Lucho había sido invitado a sumarse a ella. No llegaron a presentarse, pero se embarcaron juntos en un plan más ambicioso.“Se llamaba Proyección Estética Popular Contemporánea”, cuenta Lucho desde su escritorio en la oficina que comparte con Jorge en la ahora Asociación Cultural Sarao. Jorge Parra, ubicado en un sillón frente a él, bromea que es su estilo poner nombres largos a las obras y proyectos.Se trataba de un laboratorio de trabajo artístico. Tampoco se concretó por falta de recursos económicos. Así que Lucho y Jorge optaron por experimentar con una obra que mezclara esa danza contemporánea y teatro. Nació, en 1990, Amor-tiguando, relatos de amor paranormales con las actrices Mirella Cardone, Marina Salvarezza y Tani Flor.La presentación fue en el Teatro Candilejas, un éxito de cartelera. Inmediatamente montaron otra obra: El concierto mágico, con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil; y La casa del qué dirán, de José Martínez Queirolo, para el programa Ecuador Estudia.Desde entonces Sarao no paró. Entre 1991 y 1993 incluyeron la técnica de danza contemporánea en la Escuela de la Casa de la Cultura de Guayaquil, con Lucho Mueckay como director. Hubo bailarines de otras tendencias que la descubrieron y alumnas que se formaron y ahora son sus compañeras en la agrupación. De esa generación quedan Michelle Mena, Nancy León, Cindy Cantos y Wendy Leyton, y se han sumado Mario Suárez y Vanessa Guamán.La acogida fue tal que en 1994 montaron su propia escuela de danza y teatro, pero por su ubicación (el tercer piso de un edificio céntrico) buscaron otro espacio en el que además pudieran montar y presentar sus obras.Alquilaron en 1995 la sede que mantienen hasta hoy en la cdla. Kennedy. Era un galpón abandonado, con mesones y cuartos fríos, donde se hacía comida para los vuelos. “Lo tumbamos todo y comenzamos a construir con un préstamo bancario y una subasta de donaciones que hicieron amigos pintores y empresas que se unieron al proyecto”, señala Jorge.Con la sala en marcha empezaron a montar nuevas obras y a reponer otras. En la lista están Diario de un loco, Crónica de luto cerrado, bueno no tan cerrado (que esperan reponer en el 2009), Antígona, Pechiche, El rincón de los amores inútiles, El vuelo de Lavoe, Pedro Navaja, Fiel piel de hiel, El gran cacao, María Govea y La verdadera historia de Esperancita, Efluvio y el Tintín (estas tres últimas para el Parque Histórico Guayaquil), Civilizatoria. En el 97, por necesidad y por esa constante experimentación, incursionaron en el café teatro con la profesora Norma Severa Rotunda Lixta Aragón y Salvatierra, Norma Lixta para los amigos, con charlas magistrales de filosofía, política y sexualidad; y Tuco y Manuco, con Raymundo Zambrano.Lucho dice que han trascendido más allá de las presentaciones de danza, teatro y de humor. Crearon el laboratorio del humor Humor Sapiens (para formación de actores) y dos festivales internacionales: el de Danza Fragmentos de Junio y el de Artes Escénicas. Han sido verdaderas plataformas para los grupos y para el público, coinciden ambos, porque no se han limitado a presentaciones sino a desarrollar otros componentes, como talleres, exposiciones, paneles de desmontaje.“Ese público no existía y comenzamos a buscarlos con los festivales y ahora nos falta espacio en la sala (con capacidad para 150 personas)”, agrega Jorge. Ahora incorporaron el programa Nuevos coreógrafos, que busca formar expertos en esta área.“La metodología de la experimentación ha hecho que pedagógicamente hayamos preparado gente que es muy creativa, que sabe cómo investigar, cómo improvisar el movimiento, cómo descubrir y hacer personajes”, dice Lucho.Para este mes, del 6 al 16, habrá más de Normalixta con Se acabó la Navidad, ¿dónde fueron los pastores? Pero no será sino hasta el próximo año en que celebren sus 20 años con dos espectáculos nuevos: uno coreográfico y de teatro. Una de las obras ya tiene nombre: Yo soy el buque fantasma.“Nuestra visión fue esto que estamos realizando y no hemos culminado aún”, dice Jorge. Es que 20 años después siguen con las ganas intactas de experimentación, de innovar en los festivales y de tener una nueva sala para seguir armando su muy especial sarao.