Para Freddy Vera Quiroga el cerro Santa Ana es el corazón de Guayaquil. Lo dice convencido de que la ciudad nació allí, pero también orgulloso de habitar en sus laderas y satisfecho de haber participado en la fase de regeneración urbana, la cual devolvió a este punto su representatividad histórica y la convirtió en un ícono del turismo.

Vera, albañil de 51 años, evoca aquellos “días duros”, a inicios de esta década, en que los obreros formaban cadenas humanas para subir los materiales de construcción y los instantes en que removían piedras enormes para formar las escalinatas.

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Ahora ve prosperidad en el cerro que también es comercio. Priman a lo largo de las escalinatas Diego Noboa Arteta las despensas, restaurantes y locales de artesanías, cuyos dueños son nativos e inversionistas.

El museo naval (exhibe el arsenal con que defendió a la ciudad de ataques piratas), el faro y la capilla Santa Ana son sus atractivos, aparte de la vista panorámica de la ciudad y del río Guayas, que inspira sueños e incita a la meditación. Acompaña una agradable brisa, siempre.

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Son 444 escalinatas hasta la cima, que suben los jóvenes con derroche de energía.

Y abajo, en las laderas, el barrio Las Peñas es otro ícono. Muestra casas que recuperaron su valor arquitectónico con la restauración. Con la calle Numa Pompilio Llona, empedrada, trasladan al visitante hacia el Guayaquil de principios del siglo  pasado. Este barrio, que reúne a pintores que exhiben sus obras, es ruta de acceso al Puerto Santa Ana. Es el cerro, bastión de la ciudad que hoy conmemora su independencia.