La Metrovía se convirtió en parte de la vida de los guayaquileños y también en la oportunidad de demostrar que las costumbres pueden cambiar de forma positiva.A la expectativa de un articulado, aún sin querer recibir los rayos del sol de la mañana, me despierta un pisotón que se rehúsa a respetar la fila de entrada, personas que se convierten en amigos o enemigos fugaces.Con un destino prefijado, pero con encrucijadas como Universidad de Guayaquil, La Providencia, Boca 9 o cualquier otro paradero del sistema integrado de transporte masivo urbano Metrovía, viajo día tras día con la incertidumbre de lo que pueda ocurrir en ese viaje necesario.No considero una hazaña utilizar este medio de transporte que, según los informes estadísticos que se emiten en la página web de la Metrovía, desde su inicio en agosto del 2006 hasta junio del presente año, los articulados han sido abordados 74’764.074 veces, pero sí creo que con el tiempo se convierte en una sabiduría vivencial que merece reconocimiento.Experiencias como rostros pegados en los vidrios del bus en las horas ‘pico’, testigo o parte de las conversaciones de comadres que confiesan sus vidas, de hombres y mujeres que se vanaglorian de sus conquistas y otros entretelones de una vida privada que aunque la escuche un desconocido, sigue siendo secreta.La sutil alegría de evitar la fila por tener la tarjeta inteligente que, por cierto, aunque no tiene costo y se la puede obtener en cualquier estación muy pocos la utilizan.Las miradas coquetas de los galanes improvisados o la dulzura de las abuelitas que también suelen demostrar su equilibrio porque no le ceden un asiento amarillo.Historias que duran, aproximadamente, entre 10 y 50 minutos, en las que el chofer se debe sentir dentro de un videojuego, donde para salir ileso debe sortear los automóviles que ingresan al carril exclusivo de la Metrovía y a los peatones que no esperan el rojo de los semáforos.Peleas por empujones, parejas que olvidan la presencia de los demás usuarios, cantantes, amistades improvisadas con las que se comenta sobre los aciertos o desatinos de la política, las quejas sobre la carestía de la vida o la nueva palabra del hijo menor, conversaciones que se tejen entre el olor a pescado que invade el interior del articulado en la estación Mercado Caraguay o el aroma de café en la avenida Las Monjas.Con capacidad para 160 pasajeros, de los cuales solo 37 lograrán sentarse, dos circuitos con cuatro terminales de integración: Río Daule, Guasmo sur, Bastión Popular e IESS, $ 0,25 para el público en general, y desde el 21 anterior $ 0,10 para estudiantes y tercera edad, y $ 0,05 para los discapacitados, este transporte se convierte en un capítulo diario de lecturas urbanas.Entre la publicidad ubicada en las luces, televisores y últimamente hasta en los sujetadores para los usuarios que van de pie, cada recorrido se puede convertir en la oportunidad de fijarse en la señalética del lugar, en las puertas de entrada y salida, los asientos reservados, en las palabras: permiso y por favor.Costumbres presentes pero talvez olvidadas por siempre subir ‘al vuelo’. Oportunidad de incluir el orden y el respeto en los recorridos diarios y ser parte de los cambios de la urbe. (G.J.)