Una vieja y rústica carreta halada por un burro y un aro metálico de llanta que usa como campana, la cual hace sonar a las 07:00 en la esquina de Francisco Robles y la E para anunciar su llegada. Esas son las herramientas de trabajo de Rosendo Robles Campoverde, de 52 años, quien aún mantiene viva la escena del carbonero del Guayaquil antiguo.
Tiznado de negro empuja su carretilla desde la bodega, ubicada en el barrio Cristo de Consuelo, donde de lunes a viernes, a las 06:00, coloca dos sacos de carbón, los cuales los comercializa en la esquina del Camal hasta las 11:00.
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En el lugar es conocido por su carisma y por Filemón, el burro que es su fiel amigo, que lo acompaña desde hace cinco años y es muy querido por todos los clientes.
Sus compradoras fijas son las vendedoras de tripitas asadas, las cuales llegan todos los días a adquirir desde $ 1 hasta $ 5 de carbón. Una de ellas es Germania Ponce, quien llega desde Durán y lleva $ 2 del producto, “porque despacha bien y dura dos días”.
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Otros de sus clientes son los dueños de los asaderos, vendedoras de carne en palito y chuzos, que tienen sus negocios en el barrio Cuba.
Robles asegura que de a poco el negocio va desapareciendo en la ciudad y pronto solo será el recuerdo de los abuelos, quienes contarán a las futuras generaciones de la existencia de este tipo de oficios de la ciudad.
“Cuando no existían las cocinas a queroseno, a gas o eléctricas, peor el microondas, se cocinaba en fogón y utilizando carbón vegetal que en inmensos sacos llegaba de El Progreso, Caimito, Ciénega y otros recintos de adentro”, recuerda.
Desde pequeño Robles se dedicó a este trabajo, ya que su padre era propietario de una bodega de carbón, que en esa época era la única opción para cocinar. “En la ciudad existían muchas bodegas, e incluso en algunos barrios como el Garay y en parte de la zona que actualmente es el Guasmo había hornos para quemar carbón; ahora solo es el recuerdo”, lamenta.
Él trabajó con su padre en la bodega hasta los 17 años, luego aprendió a conducir y obtuvo su licencia, por lo que dejó el oficio; pero hace 5 años regresó, ya que su padre falleció y él se quedó sin trabajo.
“Cuando apareció el gas el carbón empezó a desaparecer”, cuenta. Añora la época cuando vendía hasta diez sacos al día.
Explica que una carretilla se llena con con cinco sacos por lo que hacía hasta dos viajes; pero ahora, como las ventas son escasas, solo vende dos sacos de lunes a jueves, y viernes y sábados hasta cuatro cada día.
Willington Paredes, investigador de Identidad Costeña del Archivo Histórico, indica que en 1940 comenzó el uso del carbón en los sectores de la clase media, mientras que la baja usaba leña; para 1960 la clase alta pasó a usar las cocinas de queroseno y la baja carbón.
Hasta 1970 era común ver al carbonero, el cual con carreta y burro vendía el producto por las calles de la ciudad y que ya no rrecorren por la baja demanda debido a los cambios en la forma de cocinar.
Añade que entre las características del carbonero estaba el uso de una bolsa de tela donde dividía los billetes de las monedas. También era tradicional el plato metálico para despachar. “Esa era la medida eficaz para que la gente no se sienta perjudicada”, sostiene Paredes.
Robles, habitante de Fertisa y padre de dos hijos, siente nostalgia cuando piensa que tiene que dejar el negocio, porque está consciente de los cambios tecnológicos del mundo actual y que pronto no se necesitará más de este producto.
En su puesto de trabajo, Robles, uno de los últimos carboneros, alimenta a Filemón, su burro, mientras vende. Una vez terminada la jornada sube a la carreta y abandona el lugar dejando un rastro de ciscos.
Mientras que el sonar de la campana también acompaña su retiro de aquella esquina.
DETALLES: Recuerdos
Costos
El saco del mejor carbón siempre fue más caro y era de mangle, actualmente tiene un valor de $ 15 y el otro de menor calidad cuesta $ 12.
Bodegas
En las bodegas de la ciudad era el lugar donde se guardaban las carretas con los burros que servían para distribuir el producto. En cada una había entre cinco y ocho carretas.
Lea mañana: Francisco Proaño, artesano.