Acá es imposible pensar en el letrerito de “no tocar”. Este es un museo diferente, donde no solo se puede ver. También se puede tocar, oler o tomar fotos porque no hay un Picasso o un Rembrandt que peligre por el flash. Todo es permitido.
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Ese concepto de libertad es esencial en el Museo del Sexo en Manhattan, Nueva York. Una libertad que se siente apenas se paga el boleto de entrada a este lugar dedicado a la exploración de la historia, evolución y significado cultural de la sexualidad humana.
Empiezan a aparecer las frases desafiantes, con letras grandes en paredes rosáceas. “El sexo es más que vaginas y penes, penetración y orgasmo. Lo que de verdad importa es lo que está dentro de nuestras cabezas”, se muestra al comienzo de la exhibición.
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En esta primavera el Museo del Sexo ofrece tres galerías. La primera, titulada ‘Perversión, la geografía de la imaginación erótica’, es un mano a mano entre los “zanahoria” y los “perversos”. O, en términos de la jerga estadounidense, entre los “vanilla” y los “kinky”.
Hay muestras realmente sorprendentes. Es el mundo de cómo determinadas personas se sienten atraídas, gratificadas sexualmente con situaciones extremas que pueden implicar desde fetichismo hasta un placer sexual al ser dominadas de una manera que a la mayoría parecería humillante.
Hay tacones de todo tipo en las vitrinas. Altos, bajos, más o menos puntiagudos. Son íconos de lo que puede motivar sexualmente a una persona. Está la parte del tacto, porque el sexo es tacto, olores, según se reitera en los paneles explicativos. Es allí donde comienza la interacción con los rombos que salen de la pared con muestras de cuero, seda, satín...
Siguen los desafíos en los carteles. “Ya sea si te consideras un clásico zanahoria o un salvaje excéntrico, te invitamos a que salgas de tu zona de confort. Encuentra personas cuyas fantasías las llevaron a lugares sorprendentes”.
Y realmente hay muestras de lo excéntrico. Como el área que explica las fantasías de los amantes del ponyplay (juego del pony), a lo que se define como una “posibilidad erótica de domesticación y control, de dominio y sumisión”. Una explicación que se vuelve gráfica al aparecer un video que muestra a parejas juguetonas en las que el hombre hace de caballo apoyado de pies y manos en el piso, y la mujer lo monta sonriente. Ellos sienten placer así. Es el mundo de los excéntricos, recalca este museo.
Hay más sorpresas llamativas. Como aquella que informa de los que se excitan con el sonido de un globo que se infla y que luego se revienta. Eso les da placer, tanto que pueden llegar a un orgasmo de esa manera. Y cómo no, en este museo en que se ve y se toca, también se oye. Y ese sonido de la lenta hinchazón de un globo rojo de cumpleaños inunda el ambiente hasta que termina en el ¡ploffff! de su desintegración.
A pasos de los globos orgásmicos hay otros utensilios que para algunos significan placer sexual. La sección “juegos médicos” explica la combinación de dolor y gratificación que algunos aficionados sienten al experimentar en su sexualidad con utensilios que parecerían propios de una fría mesa quirúrgica. Sí, exactamente son eso: pinzas o guantes de cirujano, hilos, tijeras, bisturís. Un juego que debe ser muy rentable a nivel comercial ya que uno de los auspiciantes de la exposición es MedicalToys.com, el mayor proveedor de juguetes médicos y aparatos para la comunidad fetichista aficionada a esta actividad, según lo informa el sitio web del museo.
Los tabúes solo están en la mente, parece decir todo el colectivo de esta muestra, que otra vez entrega una de sus frases contestatarias en sus paredes: “Jugar con los tabúes sexuales invita a una excitante batalla dentro del dormitorio, es una forma de ir a la guerra contra el no de una sociedad antisexual o de mamá y papá, y volcarse a una de una vida que diga sí”.
De las censuras a la pornografía
Ya fuera del mundo kinky, el segundo piso invita a otra galería. Ahora el turno es para el “sexo y la imagen en movimiento”, que muestra, con muchas pantallas para observar, los diversos procesos de la industria cinematográfica de Estados Unidos en los que la sexualidad ha sido y es parte de los debates y las tendencias.
Obligatoriamente aparecen los símbolos sexuales. James Dean, Marlon Brando o Marilyn Monroe con esa imagen maravillosa de su falda flotando como si un ventilador subterráneo hiciera el trabajo perfecto para publicitar sus piernas.
Y también se muestra todo ese debate interno de la industria que se dividió en una corriente liberal versus la moralista que impuso códigos de conducta y censura a todo lo que se percibía como “desafiante de los ideales americanos”. Era una época (la gran censura fue de los años treinta a los cincuenta) basada en una premisa: “El correcto entretenimiento enraíza el completo estándar de una nación”.
Pero la revolución sexual fue una marejada que lo cambió todo. Las pantallas de este museo muestran ahora de izquierda a derecha todo un proceso de evolución, con imágenes crudas, por supuesto. Desde los años cincuenta de la relajación a los setenta, donde aparece el porn-chic (era usual ver a figuras públicas asistir a premieres de filmes clásicos del género como Garganta profunda o Emmanuelle), pasando al desarrollo masivo, desde los años ochenta hasta la actualidad, de una industria pornográfica millonaria y que invade el mundo con su comercio.
Sorpresas finales
Hay que subir un piso más. Una última galería invita a apreciar parte de la colección permanente del Museo del Sexo, que tiene, en sus casi cinco años de funcionamiento, unos 10.000 objetos que varían desde raras cintas de los años cuarenta, ya consideradas pornográficas, a inventos para dar placer sexual, o la literatura de los años cincuenta con la que se educaba en el aspecto de la sexualidad a los niños y adolescentes estadounidenses.
A pocos pasos se pueden encontrar las cadenas o látigos de un sadomasoquista, las representaciones del sexo en el arte estadounidense o un vibrador de 1920. Toda una diversidad.
El Museo del Sexo es eso, una diversidad impresionante atada irremediablemente al concepto de libertad individual. De decisiones personales. Es, también, un espacio de incesante cuestionamiento, que repite esa frase de los letreros que aparecen de trecho en trecho: “Lo que de verdad importa es lo que está dentro de nuestras cabezas”.