Veinticuatro años atrás, el Cabo Rojeño estaba en Zaruma y Rumichaca. Ahora, el domicilio de la rumba es en Rumichaca entre Quisquís y Luis Urdaneta. Pero igual, abres la puerta y al fondo ves la barra de donde brota la música. A ambos costados, hileras de asientos. La pared izquierda es azul en honor al Emelec y la derecha amarilla por Barcelona. Sobre la puerta, a manera de altar: San Gregorio, Cristo en la cruz y al lado, un par de maracas y bongó de neón. Alegre templo de la salsa, diría un despistado.

Sobre ambas paredes, afiches y fotos de las mejores oncenas de los ídolos del Astillero, también fotografías de futbolistas legendarios de Barcelona y Emelec. Detrás de la barra, el equipo de sonido y miles de discos de salsa. Además de tres pantallas gigantes para ver partidos de fútbol o conciertos salseros.

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Sobre el cielo raso, balones de fútbol que realmente son lámparas y a la izquierda, la Galería de los Difuntos: el Che Guevara, Cantinflas, Marvin Santiago, Ray Barreto, Carlitos Muñoz, Joe Mayorga y otros no tan conocidos.

Ese es el reino salsero de los hermanos Pinargote Brito: Yoyo (manteño de 50 años, barcelonista a muerte y fanático de Héctor Lavoe) y Galo (guayaquileño de 45 años, azul de corazón y adicto a la Sonora Ponceña y el Gran Combo de Puerto Rico). Aquí de lunes a sábado, desde las 17h00 a 24h00, se vive al son de la salsa, el fútbol y la ebria espuma de la cerveza.

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Alegres historias
En 1975, Yoyo y Galo en Nueva York conocen un montón de bares de salsa pero cuando conocieron el Cabo Rojeño (a los oriundos de Cabo Rojo, Puerto Rico, les dicen caborrojeños) se les ocurrió poner uno. Sueño que se hizo realidad en 1982. Para entonces en Guayaquil solo había dos de esos bares: el de Cortijo Bustamante en el barrio Cuba y el de Rigoberto en Sucre y Babahoyo. “Comenzamos con unos mil discos y en ese local estuvimos nueve años”, recuerda Yoyo la tarde del último sábado cuando recién iban llegando los salseros. Galo afirma que tuvieron éxito porque ponían los últimos discos salseros que los amigos les traían del extranjero (Colombia, Panamá, Puerto Rico, Estados Unidos).

Yoyo asume la paternidad del recordado letrero que había en la puerta: “Es que por aquí proliferan las barras con saloneras y en todas ponen el mismo letrero: “Se necesitan señoritas. Entonces yo puse: Prohibido entrar mujeres solas, para llevarles la contra”.

Y entre risas, Galo cuenta: “Hasta que una muchacha lo rompió porque no la dejamos entrar”. Ese incidente feminista ocurrió hace unos tres años. Ambos aseveran que antes (entre los años sesenta y ochenta) se creía que la salsa era música de ladrones y marihuaneros. Era cuando solo se la escuchaba y bailaba en bares y cabarés del barrio Cristo del Consuelo.

“Aquí siempre se escucha salsa clásica”, dice Galo. “Tenemos música excelente y en cantidad, respetando a los colegas”, acota Yoyo, quien comenta que la mayoría de bares y barras copiaron el estilo que impuso el Cabo Rojeño.

Lo de las paredes en honor a Barcelona y Emelec fue cuando empezaron a frecuentar el local los periodistas deportivos de la ciudad. Aseveran también que en 1992 en los estadios empezaron a flamear lienzos y banderas de los equipos del Astillero con las insignias del Cabo Rojeño.

Así comenzó la fórmula que mezcla salsa y fútbol, así los goles empezaron a cantarse al son de la salsa. Aunque ahora también los rockeros imprimen su ritmo.

El Cabo es frecuentado por viejas estrellas del balompié y gente relacionada con el fútbol como El Rey de la Cantera, que todavía llega por esos lares.

“Pero solo viene a escuchar música”, aclara Yoyo. Otros que van y fueron en vida son: Enrique Raymondi, Alfonso Quijano, Canario Espinoza, Pajarito Bayona, Luciano Macías, Vicente Lecaro, Bolívar Merizalde, Jaime Ávila, Jorge Bolaños –a quien le gustaban los boleros de Tito Rodríguez–, evoca Galo.

Desde 1992 empezaron a proyectar conciertos de salsa y encuentros de fútbol desde que hay los canales deportivos de la televisión por cable. “La gente viene para escuchar música, ver los partidos y tomarse una bielita al mismo tiempo”, resume Yoyo.

Las puertas del Cabo Rojeño están abiertas siete horas al día. Aseguran que está calculado que las cervezas se acaben en ese lapso. Eso sí, no confiesan cuántas jabas venden semanalmente, pero de jueves a sábados los salseros beben cualquier cantidad de cebada.

“De aquí han salido los mejores disc jockey de salsa”, dice orgulloso Yoyo. También ha recibido a visitantes ilustres. Al local anterior llegó Héctor Lavoe, y al actual, Hanzel Camacho, Atrato River, los del Grupo Niche, Galé, entre otros soneros.

Comentan que es difícil complacer musicalmente a todos, pero cuando saben qué canción le gusta a tal cliente, se la ponen, porque así pide otra cerveza por el impacto.

A las siete el Cabo está a reventar. Algunos se atreven a agitar las maracas o tocar la clave. Es cuando el estrecho pasillo se convierte en pista de baile. No falta a la cita mi pana, el negro, con su charol con maní salado, mortadela, queso y aceitunas.

Cuando suena Marejada feliz pido la mía en espera que más tarde Celia Cruz cante Vieja Luna, pero para aquello resta bastante.