Llegó a Guayaquil huyendo de un diluvio, el fenómeno de El Niño de 1983. Vino  de Manabí con su esposa y siete hijos. Como en su tierra natal trabajó de albañil, aquí comenzó en lo mismo. Así inició su historia Manuel Vélez Fernández (Santa Ana, 1943), hombre de aspecto serio y de medidas palabras. Talvez por eso, respetuosamente, todos lo llaman don Vélez.

Su carreta de venta de jugos siempre está junto a la cebichería Los Arbolitos.
Ahora, dos operarios se encargan de prepararlos. Sobre el mostrador: el extractor eléctrico y un cedazo para atrapar las pepas. A un costado, una vidriosa hilera de jarros. Las naranjas lavadas y el afilado cuchillo. Abajo, los sacos con cientos de naranjas. Cuando los comensales de la cebichería solicitan jugos comienza el proceso, un operario parte la fruta en dos tajadas y la esquina de San Martín y Rumichaca huele a zumo de naranja.

Esa mañana, conversamos invadidos por esa fragancia. A momentos, suena el extractor. A ratos, los buses delatan que ruedan por la calle Lorenzo de Garaycoa. Pero ningún ruido perturba sus recuerdos. Cuando vino a Guayaquil tenía 40 años. Se dedicó a la albañilería pero con siete hijos pequeños que mantener necesitaba algo más estable.

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“Entonces compré un triciclo y me fui a vender encebollado y guatita en Bolivia y la Octava junto a la estación de la línea 62”, cuenta. Él preparaba la comida porque su esposa le enseñó a cocinar.

Cuando la estación se trasladó a la 32ava y García Goyena, no quiso ir porque era una zona peligrosa.

Entre grosellos y samanes
Buscando cómo sobrevivir, su cuñada, Aura Saltos Bailón, dueña de Los Arbolitos, le propuso que vendiera jugos en la esquina. 

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Cuando eso ocurrió, la cebichería estaba  en la esquina sureste de Rumichaca y San Martín, a la sombra de un samán y dos grosellos, por eso es conocida con el nombre de Los Arbolitos.

Aquello ocurrió en 1987. Para comenzar adquirió un extractor de jugo, vasos y 500 naranjas. El primer día vendió todo. Fue caída y limpia, porque el jugo era la bebida ideal para acompañar al encebollado, el cebiche o la legendaria bandera que ofrecía su cuñada.

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El vaso mediano de jugo  costaba 100 sucres y  200 el jarro. Antes de la dolarización, el jarro valía mil sucres. Ahora los precios son 0,70 el jarro y el vaso a 0,50.  Antes ofrecía jugo de toronja hasta que se puso cara, ahora lo que también prepara es fresco de limón.

Cuando comenzó no tenía ayudantes. Se levantaba a las cuatro de la mañana para comprar la fruta en el Mercado Sur. A las seis  ya estaba listo. 

Ahora que el negocio ha decaído, llega a las ocho y las naranjas las trae un vendedor mayorista, explica añorando los tiempos cuando entre semana vendía jugos de 1.000 naranjas, y los sábados y domingos de 2.000 naranjas.

Ahora se vende como para medio pasarla bien –se lamenta-, de 300 o 400 naranjas y los fines de semana 900.

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Las naranjas que llegan de Balsapamba, provincia de Bolívar, son pequeñas pero bien dulces. También la traen de Manabí, Los Ríos y últimamente de Colombia.

La temporada es desde mayo hasta agosto, meses en que hay abundante fruta a precio económico. Fuera de esos meses se torna escasa y es cuando llega la colombiana. El ciento vale 5 dólares, cuando comencé costaba entre 5 y 6 sucres, comenta.

De banderas y jugos
El sol del mediodía muerde el asfalto. Los clientes van y vienen. En la esquina, donde en 1974 se inició la cebichería, están construyendo locales comerciales y los árboles fueron talados. 

Desde hace años,  Los Arbolitos atiende en su local propio, en la esquina noroeste de Rumichaca y San Martín.

Don Vélez cuenta que su cuñada, la dueña de la cebichería, murió hace diez años.
La bandera hizo famoso a Los Arbolitos, asevera. Dicho nombre hace alusión a los colores de una bandera, en el caso de nuestra gastronomía popular es por los varios tipos de comida que conforman un solo plato. La bandera tradicional en la ciudad es con arroz, guatita y camarón.

Pero hay otro plato que se llama 5 en 1 –informa Manuel Vélez poniéndome al día–.  Esa bandera completa lleva: arroz, guatita, camarón, cazuela y seco de chivo.

Comenta que las ventas en la cebichería también han bajado. Antes estaba a full, hasta el mezanine. Ahora por todos los lados ofrecen comida y más barata,  aunque sea en una carreta o fuera de una casa. A la gente no le importa comer parada, diagnóstica.

Cuenta que Chepo, el enanito de la cebichería es el que recibe más propinas. Hay clientes que solo lo llaman a él. Antes llegaba a la cebichería a vender lotería, pero luego se quedó trabajando de mesero.

Volviendo a los jugos. Comenta que a su negocio llega todo tipo de gente. Hay los que con el cebiche beben cerveza, pero también los que se toman hasta dos jugos. A unos les gusta con hielo y otros sin él.  

Tenía un cliente que traía una poma grande y le pedía que se la llenara con 15 jarros. Decía: “Oiga, maestro, jugos hay por todo lado pero no igual al suyo”.

Esos clientes ya desaparecieron, ahora máximo llevan tres jugos. Recuerda que la gente le decía: “¿Qué bonito extractor, cuánto cuesta?”. “Me imagino que ya no viene porque compraron uno y en su casa se preparan los jugos”, concluye sonriente.

Don Vélez de lunes a viernes ofrece jugos de 8h00 a 15h00. Vendiéndolos educó a sus hijos: cinco hombres y dos mujeres. No todos llegaron a ser profesionales, la mayoría se dedica al comercio. Solo su hijo Wilson, que trabaja en diario EL UNIVERSO, pronto será ingeniero comercial. 

Confiesa que todos los días bebe jugo de naranja porque “para mí es como el agua que hay que tomarla siempre”.