La conmemoración de los 400 años de publicación de Don Quijote de la Mancha motiva actividades educativas.

Con imaginación y gracia, estudiantes recrean episodios de aventuras del ingenioso hidalgo y de su inseparable compañero Sancho Panza. Además, la  ideología, convicción en sus ideales, y, desde luego, el amor a Dulcinea.

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Quijotes somos todos fue una adaptación teatral que hizo el colegio Ecomundo en torno a Roberto, un estudiante que inicialmente desprecia el texto pero, después de una aparición del personaje, forja en él el ímpetu de cambiar los males que aquejan la sociedad.

La obra, realizada la noche del lunes pasado en el Teatro Centro de Arte, constó de trece escenas, donde se recrearon situaciones del Guayaquil cotidiano. Una de ellas en un mercado: allí, canillitas vocearon sus diarios, encebollados se vendieron en un balde y ladrones negociaron con el mismo perjudicado.

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No faltaron broncas en las calles. Discusiones entre choferes, vigilantes coimados y el ejecutivo provisto de la última tecnología en celulares. Estas y otras situaciones –muy bien elaboradas– agradaron al público.

Pero no todo fue sketches. También hubo danza, mambo e incluso una interpretación cuya percusión provino de pomas, tubos, palos y ollas.

“Se busca el desarrollo cultural artístico de los chicos”, expresó Darío Chica, director musical de la pieza teatral y musical que –según dijo– tuvo 300 estudiantes en escena.

David Samaniego, rector del colegio Ecomundo, describió que la obra “evoca el Quijote en esta época, cuya enseñanza es la lucha por la justicia”.

La obra se matizó con apariciones de Don Quijote y adaptaciones de la obra de Miguel de Cervantes. Dos fueron referentes a los molinos de viento donde Roberto las confundió con antenas transmisoras. También de su amor por Dulcinea en que el personaje –interpretado por Carlos Flores– se despidió de su novia que emigraría a España.

La obra duró casi dos horas.