En septiembre de 1930 los guayaquileños se mostraron animados  ante el anuncio del estreno de Guayaquil de mis amores, una producción de Películas Diumenjo  que reunió a  actores compatriotas y presentó paisajes de esta ciudad, su gente y los alrededores.

El sábado 20 de esos memorables mes y año la obra se proyectó para las autoridades e invitados especiales. La prensa  tuvo una atención especial junto con el censor de Espectáculos, José de Rubira Ramos, quien dio elogiosos comentarios apenas terminó la función en el recordado teatro Edén, ubicado en Nueve de Octubre y Chimborazo.

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Al siguiente día,  el circuito de las salas Edén, Colón, Victoria e Ideal presentó la obra cuyos anunciadores consignaban:  “F. Diumenjo presenta Guayaquil de mis amores, película nacional cantada. Es el filme que representa el más grande exponente artístico nacional hasta hoy exhibido”.

En el teatro Edén hubo funciones de especial (18h00) y noche (21h00). Las localidades costaron 2 sucres (luneta), 1 sucre (anfiteatro) y 50 centavos (galería). Diario EL UNIVERSO publicó un aviso de  una página completa sobre el argumento, los intérpretes y más novedades de la obra.

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La dirección, fotografía y el argumento  fue de Francisco Diumenjo; la dirección artística y propaganda fotográfica, de Ramón Soriano; los letreros y propaganda correspondieron a  Jorge Rivas. Los dibujos pertenecieron a Lara y Salmerón, y las modas de Madame Tamburini.

Formaron el elenco la actriz Evelina Orellana (Evelina Macías Lopera), en el rol principal. La secundaron Carlos Landín, Adolfo Antepara, Ricardo Neumane, Lidia Vargas, Isaías Manrique, Pastoriza de Vargas. También Luis del Mónaco, Head Gavelle, Sonia de Claire, Novoa Echeverría, Rodoldo Areu, el personal de la orquesta Pino y 50 ‘extras’.

Los empresarios destacaron además la sincronización de la película por la orquesta Pino, el dúo Ibáñez-Antepara y el teatrófono Columbia. El disco Guayaquil de mis amores era la grabación de Ibáñez-Safadi. Recordaban  que el costo de la obra había alcanzado 8 mil sucres y por eso no rebajaban el precio de las localidades.

La cinta  abarcó  escenas  citadinas en cabaretes, paseos, teatros, carreras de caballos y corridas bufas; además, la salida de una vermú en el teatro Olmedo.
Los pasajes campiranos se adaptaron del libro Cosas de mi tierra, por José Antonio Campos. Muchas escenas se filmaron en la hacienda Zoraida, propiedad de Jorge Chambers Vivero.

Así, pues, la ciudad continuó en el quehacer del séptimo arte que tuvo en los años  veinte  una labor pionera que lideró el    cineasta Augusto San Miguel,  que legó El tesoro de Atahualpa, Se necesita una guagua, Un abismo y dos almas.