Con sus propios códigos y reglas, los habitantes de Nobol vibran cada sábado con las peleas de gallos.

Para recrear los colosos de arena de la antigua Roma no hace falta levantar en el Ecuador un imponente coliseo. Y para encender a los fanáticos de emociones fuertes tampoco se necesita  enfrentar a un hombre con la muerte, representada por la furia de un león.

En Nobol, cantón de la provincia del Guayas, no hay nada de eso. Hay peleas de gallos. Dos plumíferos que son lanzados al ruedo y que, luego de reconocer en pocos segundos los movimientos del enemigo, se trenzan a picotazo limpio en medio de los gritos de sus dueños. Y de los apostadores que se juegan su semana de trabajo confiando en la valentía de sus combatientes. Y en la suerte.

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Las tardes de cada sábado en Nobol son de gallos. La jornada empieza puntual a las dos de la tarde y se prolonga hasta que el débil foco de 60 vatios ya no puede con la fuerza de la noche. Son casi cinco horas de emociones fuertes, de tristezas y alegrías, de broncas y hasta trampas. También de despedidas definitivas de amigos entrañables -el hombre y su gallo- cuando la jornada se viste de luto ante la muerte de uno de los contendientes. En esas ocasiones no han faltado las lágrimas que a veces son más de pena por el caído, que de rabia por la derrota.

Todo esto en un escenario de tablas que a duras penas logra seguir de pie y que recibe el nombre de coliseo. Por si acaso, lleva el nombre de No te Piques.
Porque picados es lo que más hay cuando toca pagar las apuestas que, por este sector, a veces llegan a los 300 dólares, cuando las finanzas están buenas. En promedio, las peleas van de 100 a 200 dólares. Pero cuando la semana ha pagado mal, las apuestas bajan a 50, 30... Lo que haya.

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Y los asistentes son siempre los mismos. Los Barzallo, los Mendoza, los González, familias amigas que en la arena se convierten en rivales. Porque también es una cuestión de honor y prestigio tener los gallos más bravos. Aquellos que por sus triunfos logran trascender en la memoria y sus nombres todavía se recuerdan.
Ahí están  Terminator, El Campeón, 20 Vueltas  y otros que rebasaron los cinco triunfos al hilo. Algunos de ellos han merecido una vejez en paz y ahora se dedican a reproducir su casta para ver si es cierto aquello de que lo que se hereda no se hurta.

No han faltado los problemas. En el zinc del escenario es fácil ver perforaciones de bala. “Y eso que no ha visto los coliseos de Salitre”, dice muerto de la risa Norberto Rivera, quien además de gallero, es taxista, maestro de ceremonias y hasta profesor. Pero en general, la gente tiene palabra de honor y cumple sus apuestas. Es parte del éxito: que los gallos cumplan su parte y los hombres la suya.

Al final, los galleros beben y los maltrechos gladiadores son llevados a reposo. Muchos han merecido tratamiento de pacientes en terapia intensiva. Implica darles vitaminas, sobarles mentol, inyectarle antibióticos. Todo un proceso. Y vuelven al ruedo al mes, a los dos meses y algunos, por cierto, no vuelven. Con vergüenza, alguien confiesa que no tuvo más remedio que almorzarse a su “socio”. Eso no se hace, reprocha otro. Son los códigos de los galleros. Su ley.

GALLOS

APUESTAS
En este sector, las apuestas pueden llegar hasta los trescientos dólares, en temporada buena. En promedio, las peleas van desde los cien hasta los doscientos dólares y pueden bajar  a cincuenta o treinta. 

CUIDADOS
Los gallos de pelea deben recibir un cuidado especial. Se les debe suministrar vitaminas, aplicarles mentol e inyectarles antibióticos. Si están heridos, deben descansar uno o dos meses, según la gravedad.

JORNADA
Las peleas empiezan  a las dos de la tarde y se prolongan hasta  cinco horas, según la cantidad de asistentes.

UBICACIÓN
En Nobol, cantón de la provincia del Guayas, cada sábado hay pelea de gallos.