Allá por la década del cincuenta del siglo pasado era costumbre de las familias guayaquileñas pasear por la avenida Nueve de Octubre y el malecón Simón Bolívar, durante las fiestas de la ciudad. Siendo niños esperábamos ansiosos que en la mañana del 9 nos llevaran a ver el desfile, que generalmente recorría desde el Hemiciclo de la Rotonda hasta el Parque del Centenario.

Gozábamos al ver a las reinas, autoridades y los miembros de las Fuerzas Armadas en la Parada Militar, cuyos miembros al pasar por la tribuna presidencial hacían el tradicional ‘paso de ganso’.
Al final iban los carros y tanques de guerra que, por nuestra estatura, lucían imponentes; en tanto, por los cielos hacían su saludo característico las naves de nuestra Fuerza Aérea Ecuatoriana.

En la noche dábamos una vuelta por el Malecón, pues en la ría estaban anclados e iluminados los barcos de la Marina. Pese a todo esto, nosotros queríamos acercarnos a las fuentes luminosas del Paseo de las Colonias, que tenían pequeños foquitos que hacían el agua de mil colores cuando ascendían y luego caían en ciclos sin fin. De manera inocente, queríamos aprisionar esa agua  de colores y en forma secreta la  envasábamos en frasquitos para llevarla a casa.

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Recuerdos de Teresa Alvarado de Drouet, coautora del libro Testimonial de humo.