Aquí, el terrorismo tuvo su paso fugaz hace veinte años. La delincuencia, en cambio, no da tregua.

La mayoría de los moradores de la ciudadela La Chala, en el suroeste de la ciudad, tiene una preocupación en común: la acción de los delincuentes en la zona.

Esa conclusión es reafirmada por el presidente del Club de Leones Guayaquil ubicado en el sector, Leopoldo Sánchez. “El mayor requerimiento de la comunidad es la seguridad. Aquí es común la presencia de grupos de pandilleros, especialmente durante la noche”, explica.

Con el propósito de dar más veracidad a sus palabras, Sánchez muestra las nuevas rejas que se han colocado en las instalaciones del club, luego de que –según dice– los ladrones intentaron robar los equipos médicos de la institución.

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Con el criterio de Sánchez coincide Luis Chumo Figueroa, director de una escuela particular que funciona en la ciudadela. Él vive en  la zona desde hace tres décadas. “Hay callejones que son utilizados por delincuentes para esconderse y luego asaltar a las personas que transitan por las calles de la ciudadela”, afirma el profesor.

Según los moradores, los problemas de este tipo se presentan debido a la falta de iluminación en varios puntos de La Chala y al poco resguardo policial.

Esto, pese a que existe un Puesto de Auxilio Inmediato (PAI) instalado en la calle 11, la principal de la ciudadela. “Los policías sí dan vueltas, pero es necesario más control con más personal”, sugiere Antonio Solís, uno de los habitantes de la ciudadela  que surgió a mediados de la década  de 1960.

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La Chala nació como un proyecto habitacional impulsado por la inmobiliaria Carrión Puertas, que vendió villas y terrenos de 300 y 150 metros cuadrados, comenta Lutgarda Álvarez, una de las primeras personas que llegaron a la zona.
Ella aún vive en su domicilio situado en la calle Primera y que fue construido luego de pagar 22 mil sucres por el solar de 150 metros cuadrados. “En ese tiempo no había casi nadie aquí, era uno de los sitios más caros para vivir, pero poco a poco se empezó a poblar. Eso demoró cerca de diez años”, sostiene.

En la historia
Quienes viven en La Chala desde hace más de 20 años recuerdan “como ayer” uno de los sucesos que, como ellos dicen, “marcó a la ciudadela”. 

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La villa 104A de la calle Tercera se convirtió en el centro de atención del país durante un mes, en agosto de 1985.

El 7 de ese mes, miembros del grupo Alfaro Vive Carajo, con ayuda del M-19 de Colombia, secuestraron al banquero Nahim Isaías cuando llegaba a su casa campestre en la urbanización Las Alturas, ubicada en el kilómetro 8,5 de la vía a Daule.

Tras 26 días del plagio, Isaías falleció durante  el operativo de la Policía y fuerzas de la Infantería, cuando intentaban liberarlo.

Alicia de Morán vive aún en la casa 106A de la misma calle. “La noche en que llegaron los secuestradores a la vivienda, nadie pudo dormir: las sirenas, la balacera y los carros mantuvieron en alerta a todos, hasta que la policía sacó a la mañana siguiente a quienes vivían cerca de esa casa”, recuerda Morán. El techo de su domicilio fue utilizado por francotiradores de la Policía durante el tiempo que duró el secuestro.

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En cambio, Lutgarda Álvarez recuerda que la ciudadela parecía una zona de guerra, “por los helicópteros y los continuos disparos”.