Aunque actualmente existen algunas variantes en la costumbre de confeccionar y quemar el muñeco o monigote que popularmente se denomina año viejo, resulta indiscutible su vinculación con el folclore social cambiante, pero menos moribundo, como ocurre con otras expresiones tradicionales.

La elaboración de los monigotes o años viejos alcanzó mayor arraigo desde las últimas décadas del siglo XIX y logró popularidad durante la centuria anterior.

Escritores y tradicionistas como Modesto Chávez Franco, Carlos Saona y otros, sin precisar una versión completa sobre su origen, consignan que la costumbre la trajeron los españoles con algunos rezagos de la Inquisición, se acentuó en la etapa colonial y sigue hasta nuestros días.

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Los primeros materiales
Hasta la década del setenta la costumbre de preparar el muñeco exigía ropa vieja, que se rellenaba con viruta,  aserrín, papel periódico o residuos de material impreso de los talleres y editoriales.

Por ello, durante diciembre de cada año los carpinteros y dueños de imprenta eran los más queridos y visitados por los muchachos de la barriada, para asegurar el obsequio de materiales, que en el transcurso del tiempo empezó a ser vendido en sacos por artesanos.

Las manos del monigote se hacían rellenando guantes, pero cuando no había solía dibujárselas en cartulina para recortarlas y coserlas. Igual se hacía con los pies, se rellenaban calcetines y si faltaban, directamente se cosían los zapatos a las bastas del pantalón.