El guayaquileño Floresmilo Arcos suelta las palabras tranquilo. Sus 84 años se sienten en la calma con la que se comunica. Sentado afuera de su querido bar-cafetería El Montreal, ubicado en Pedro Moncayo y Víctor Manuel Rendón, mira cómo la gente pasa y se aleja a cualquier lugar.

Lo extraño es que su silla es el único testigo de la realidad que ahora domina la acera donde por 52 años los guayaquileños, y sobre todo los turistas, compartieron alguna bebida y respiraron la vida que siempre circuló por el parque Centenario.

¿Por qué ya no hay sillas y mesas afuera del Montreal? “Porque desde que empezaron los trabajos de la regeneración urbana en ese sector tuvimos que sacarlas”. Responde Floresmilo. Su voz está marcada por la tristeza. Es fácil percatarse de aquello. Él sigue con su explicación.

Publicidad

“Hemos ido al Municipio, también enviado oficios a la Fundación Malecón 2000, pero todo sigue igual”. Él habla sin revanchas y sin enojo, pero asegura que el hecho de que no le permitan mantener las mesas en la acera le hace un daño tremendo.

Ya no hay turistas tomando fotos desde esas mesas que ahora se pudren en alguna bodega que Floresmilo no desea ni mirar. Ya no están los estudiantes universitarios, la mayoría de la Universidad Católica, discutiendo deberes y lecciones. Ya no aparecen los intelectuales que frecuentaban la Casa de la Cultura y siempre aterrizaban por ahí.

¿Adónde se fueron las familias que paseaban sábados y  domingos en el Centenario? Porque si algo El Montreal siempre ha sido, es un bar familiar. Floresmilo lo asegura sin pensarlo demasiado: “Nunca una clausura. Nunca un inconveniente”.

Publicidad

Si hubiera sido un lugar problemático las personas que han administrado la  Cruz Roja, quien es la propietaria del edificio donde funciona, ya le habrían pedido que se marchara, pero es todo lo contrario, y casi no se puede creer que en todos estos años, porque 52 años son demasiados, jamás haya tenido un pequeño problema.

Floresmilo es una persona que ha visto mucho mundo. Cuando joven trabajó como marinero en diferentes navieras del país. Asegura conocer toda Europa y otro montón de países más. Sus recuerdos lo llevaron por París, Madrid, Londres, ciudades donde es muy normal observar los cafetines poblados de sillas en las aceras. Él no comprende la actitud de la ciudad.

Publicidad

Antes solía tener dos hileras de mesas sobre la acera, pero ahora no le permiten colocar ni una. No le entregan el permiso para usar la vía pública.

“El Montreal se está muriendo”, reclama. “Estamos mal porque no hay clientes, pero siempre hay que pagar el arriendo”, agrega.

Ya no está el tiempo cuando todavía eran las 24h00 y los clientes le solicitaban que por favor no cerrara aún. Ahora de vez en cuando llegan a las 23h30. Tampoco están los dos empleados que debió despedir porque ya no alcanzaba el dinero para pagarles los salarios.

Y así la conversación se fue alargando por recuerdos de tiempos buenos y momentos que él espera algún día vuelvan. Desde la rocola sonaba un tango de Francisco Canaro: Más solo que nunca, como si alguien estuviera burlándose del destino de otros seres.

Publicidad

Pasó Miguel Bautista (63) a quien todos llaman Miguelito. Está en el Montreal desde 1969 y sabe que la cosa anda mal. También estaba Benito Zambrano mirando desde sus 49 años cómo la situación ha empeorado, y pensando en sus seis hijos, que saben que viven del trabajo de su padre. Junto con ellos, Leonel Rodríguez, que con solo cinco años en el lugar, 35 de edad y tres hijos, entiende perfectamente que la vida nunca más volverá a ser la misma.

Floresmilo siguió con lo suyo mientras únicamente cinco personas compartían la música de Tormenta, que hablaba de “Promesas son promesas”. Y era una situación triste, porque había más empleados que clientes, y eso duele.

Contó la historia de cuando viajó a la ciudad de Montreal, en Canadá, y se quedó a vivir once meses en tanto terminaban de construir un barco en el que debía volver a Guayaquil. Se enamoró de la ciudad y también del nombre. Cuando terminó su aventura por los mares ancló en nuestro querido puerto y bautizó el bar que desde el 18 de octubre de 1952 se hizo parte de la historia.

La historia podría ser diferente, pero la realidad dice que desde esa fecha abren todos los días a las 09h30. En la mañana se encarga su hijo Jaime y Floresmilo aparece desde las 20h00.

Ellos continuarán insistiendo en su pedido, al que creen tener derecho, sobre todo cuando otros establecimientos, que también funcionan en áreas regeneradas, exhiben mesas y sillas en la calzada.

Mientras se despedía Leonel Rodríguez metió una moneda de cinco centavos y puso a sonar la canción Las puertas del olvido de Los Iracundos. Tal vez fue a propósito, pero todos saben y entienden  que nadie merece el espanto del olvido.