Telas, tijeras, botones, agujas, máquinas de coser y cintas métricas han formado parte de la vida de Jacinto Vizueta desde que tenía 14 años. Ahora con 81, él recuerda muchas anécdotas sobre su trayectoria como sastre, que constantemente se las cuenta a su esposa Carmen Pin y a sus hijos Óscar, Lorena, Rocío, Sofía y Geoconda, además de a sus ocho nietos.
Jacinto, quien es oriundo de la parroquia Cubijíes, a diez kilómetros de Riobamba, en la provincia de Chimborazo, confecciona trajes desde que era adolescente.
“Desde que yo era pequeño sabía cuál iba a ser mi profesión”, afirma, mientras junto con sus nietos arregla sus herramientas de trabajo.
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Sus estudios primarios los realizó en la escuela Provincia del Chimborazo.
“Yo aprendí ahí a hacer pantalones, incluso el profesor fue a la casa de mis padres a felicitarme por mis notas en manualidades y por lo empeñoso que era”, indica.
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En esa época, asegura, los padres lo obligaban a cuidar el ganado de la familia, “yo me cansé y un día hice mi maleta, salí del lugar y cogí un tren que llegaba a Guayaquil, pero me bajé en Milagro”, enfatiza. Tenía solo 14 años.
Prefirió quedarse en esa ciudad porque, según Jacinto, había moradores de ese sector que conocía. “Cuando llegué me preguntaron qué sabía hacer y yo les dije que lo mejor que yo hacía era coser, así es como me llevaron donde el sastre más conocido del lugar, Segundo Viteri”, dice.
Entre las anécdotas está que en esa época no había carros y desde los vagones del tren los empleados botaban los paquetes con las telas para luego regresar a tomarse las medidas.
Su familia comenta que fue Viteri quien le enseñó a confeccionar pantalones, chalecos, sacos y faldas, y una vez que aprendió decidió independizarse. Es así como a los 15 años de edad llegó a Guayaquil para colocar un taller de sastrería, en las calles Manabí y Cacique Álvarez (centro de la urbe), e iniciar su negocio en el campo de la moda junto con tres compañeros.
“Yo ahorraba y pude comprarme mis máquinas que tenían un costo de trescientos sucres. Estos aparatos tenían puntadas rectas, así que no podía elaborar otros diseños”, explica Vizueta.
Jacinto continúa realizando la labor que desde pequeño lo hizo dejar a sus padres y buscar nuevas oportunidades en esta ciudad. Su esposa Carmen afirma que “el ritmo de trabajo ya no es como antes, todos lo ayudamos, pero tratamos de que no se esfuerce, por su edad”.
Su jornada empieza a las 08h00 y termina a las 18h00, de lunes a sábado.
Trabaja con dos máquinas, una industrial y otra artesana, que le regaló su hija.
Confecciona uniformes para empresas e incluso de otras ciudades llegan para hacer pedidos.
Los pantalones tienen un precio de ocho dólares y cuarenta por el terno. Él comenta que se demora de dos horas hasta un día en elaborar los trajes.
Su mayor orgullo son sus hijos, por lo que todo su dinero lo invirtió en la educación de ellos, “ahora todos son profesionales y estoy feliz de que mis esfuerzos ayudaron a que ocurriera eso”.
Docencia
Otra de sus labores más recordadas fue que ejerció la docencia. Se convirtió en profesor para la organización Plan de Padrinos, en el que enseñaba las técnicas para cortar y coser.
Asimismo, él vivió año y medio en la ciudad de Esmeraldas porque una empresa lo contrató para que le elaborara los uniformes de todos sus empleados.
Se considera un hombre trabajador y sin vicios. Así lo expresan también sus vecinos, del Barrio del Seguro, al sur de la ciudad, donde él habita junto con su familia desde hace 17 años.