La última canción que sonó aquella noche del jueves fue Plato de segunda mesa. Héctor Lavoe, más inmortal que nunca, ya había paseado su voz arrabalera por las mesas del bar con su inmenso tema Periódico de ayer. Y como el señor que ponía la música no quiso acolitar con Triste y vacía, todo el personal se largó a comer encebollado.

No fue fácil tomar una decisión. Seis personas con algunas cervezas en la cabeza y a las  01h30,  cuando todo está oscuro, arman alboroto y discuten, y todos tienen razón y nadie hace caso.

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Alguien dijo que El pulpo rojo, en Rumichaca y Víctor Manuel Rendón, era la mejor opción. Otro aventuró que en la Octava y Cuenca, junto a la añorada placita, estaba el más rico de Guayaquil. Las mujeres no opinaron igual, para ellas el encebollado tenía que ser el de La Canoa, en el Hotel Continental. Demasiado aniñado reclamaron los hombres.

Mejor ir a El Sargento, en Los Ríos y Cuatro de Noviembre, fue otra de las sugerencias.

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La discusión se extendía demasiado. Entonces el que manejaba dijo que como era su carro, él se iba adonde le daba la gana. Y le dio la gana de irse a El pulpo rojo, que además estaba más cerca, pero las chicas no quisieron ni bajarse. Continental o nada, era la consigna. Los otros dos deseaban ir  donde El Sargento.

Entonces, luego de tanta discutidera, se decidió hacer un sorteo. Ganó El Sargento. Con los dientes apretados las muchachas subieron al auto y dejaron atrás sus sueños aniñados. Una dijo: “Chuta, ni siquiera sé dónde queda Cuatro de Noviembre”.

Para muchos el encebollado de pescado tiene poderes mágicos. Levanta al caído y cura cualquier chuchaqui, pero en la noche, cuando se desea seguir farreando de largo, no hay que darle más vueltas, como dice el loco Pimentel. “El encebollado es todo”.

La receta es sencilla, para el que quiera dárselas de chef, ahí les va. Cocinar el pescado (mejor si es albacora) con sal, pimienta y laurel, sacar el pescado y cocinar la yuca en el mismo caldo, separar la yuca y cortarla en trozos. Para el color rojizo agregar un poquito de ají peruano. Hacer la salsa de cebolla con limón y sal y  cortar la hierbita. Mezclar todo en el momento de servir. 

Y no hay que olvidar una cerveza bien fría y una buena rumba para escuchar.