Sus vendedores lo promocionan como la pesadilla de los mosquitos. Cierto o no, el palo santo y su propiedad se vocea cada invierno en calles y mercados.

Su uso no requiere de ciencia. Un fósforo encendido sobre los trozos de madera colocados en una olla vieja o un bracero, es suficiente para dejar escapar el humo que tiene un olor agradable, podría decirse que dulzón.

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Su aroma se impregna en cuestión de segundos en el lugar escogido para contrarrestar los insectos que se alborotan con las lluvias.

A ello se le puede agregar el aserrín que se obtiene de la madera, material que sirve para el sahumerio de Navidad o fin de año.

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Todo este proceso final tiene su historia, que se inicia en el campo.

Allí, los grandes árboles son cortados en leñas, de donde se saca las varillas (trozos de aproximadamente 80 a 85 centímetros), que luego son vendidas en la ciudad.

Así lo hace desde hace 32 años Neptalí Salazar, quien se dedica al negocio de vender y distribuir al por mayor las varillas de palo santo.

Para ello se traslada a Puerto López, Manabí, en donde dice, a veces se convierte en leñador para obtener el producto.

“Generalmente me hago tres o cuatro viajes durante el invierno, dependiendo de la demanda. En cada uno me traigo alrededor de 500 varas, que las vendo a un dólar cada una”, explica Salazar.

Agregó, que de una vara se saca 100 latillas (pedazos pequeños de palma).

El comerciante, de 74 años, también aclara que la venta de la palma es el único medio con el cual se ha mantenido gran parte de su vida.

Para él su éxito está en la fe que tiene la gente en el producto. Lo llama el humo mágico, no solo por el hecho de que realmente elimina los insectos, sino porque lo distribuye a sus comerciantes minoristas en dos o tres días.

Para ello usa su pequeño local ubicado en las calles Gómez Rendón y Esmeraldas, lugar ya conocido por sus clientes. “Luego de la primera entrega planifico el segundo viaje, para traer 500 palmas más”, sostiene el leñador.

En Guayaquil, se lo expende en mercados, calles, plazoletas y ferias. Aunque los lugares más tradicionales son los alrededores de la iglesia San José (Eloy Alfaro y Manabí) y en los puestos del parque Seminario, frente a la Catedral.

Su valor varía de 0,25 a 0,50 de dólar la funda que contiene seis latillas.

Julia Ruiz, una compradora, garantiza su uso. Según ella, nunca gasta dinero en adquirir repelentes o insecticidas, pues prefiere quemar la palma y dejar que el humo ingrese a la sala, el comedor y los dormitorios, sobre todo antes de dormir.

“Es una técnica que nunca falla”, expresa.

EL ÁRBOL
DESCRIPCIÓN
En el libro El uso vernáculo de los árboles y plantas en la península de Santa Elena, por Roberto Lindao Quimí y Karen E. Stothert, consta textualmente que el palo santo (Bursera graveolens) “es un árbol pequeño, las ramas son muy delgadas y las hojas muy chiquitas. Las flores se secan y se caen, sin que se cosechen”.

MÁS PROPIEDADES
El palo santo contiene oleorresinas y aceites esenciales. La infusión de las hojas alivia los accesos de tos ferina. Suele alcanzar entre 12 y 15 m de alto, su corteza es lisa grisácea o azul verdusca. Crece en Galápagos, en la cordillera Chongón-Colonche y otros sectores secos del país.

MEDICINA
Las puntas de las ramas del palo santo sirven como medicina contra la tos. Se las pone a hervir en un poco de agua hasta que dé un tono rojizo. Luego se lo coloca en una taza y se añade azúcar.

TRADICIÓN
En los hogares de ciudades, poblaciones y casas de hacienda de la campiña costeña, cuando todavía era desconocido el uso de los insecticidas y repelentes, los abuelos y jefes de familia se proveían del popular vegetal para quemarlo especialmente en las noches y así ahuyentar a insectos.