Madres aún no han conseguido un espacio dónde dejar a sus hijos cuando ellas mueran.
Silvia (nombre protegido) de 15 años fue ingresada al área de Infectología del hospital Francisco Ycaza con su hijo de 15 meses. Ambos tienen el virus del sida. Ella estaba afectada con tuberculosis y el niño con una severa desnutrición.
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Ella fue asilada allí, aunque el hospital es para infantes. Su ingreso era necesario porque así podía estar cerca de su hijo y a la vez recibir tratamiento para la tuberculosis.
Ambos fueron dados de alta el 30 de diciembre pasado, porque ya estaban mejor, y ella quería ir a su casa en la Isla Trinitaria, al extremo sur de Guayaquil, a preparar la cena y recibir con su familia el año nuevo.
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Ese mismo día las madres, abuelas y padres de otros niños infectados asistieron a la reunión que el primer martes de cada mes realizan en el hospital, y que la dirección de esa casa de salud les permite como un aporte más para motivarlos a que no se dejen vencer por la enfermedad.
Usualmente durante la reunión cada una cuenta su historia y habla sobre los problemas que debe enfrentar a diario con la enfermedad y la discriminación de la gente. Las abuelas cuentan que los padres de los niños han muerto o están muy enfermos y no pueden atenderlos. Alguna llora y dice que no tiene dinero para comer o para el pasaje.
En la última reunión, a pesar de su pobreza, el grupo juntó un poco de dinero y celebró el fin de año. Entre sus peticiones para el 2004 estaban que Dios les dé salud para cuidar a los niños y no dejarlos desamparados sin nadie que vele por ellos, como ha sucedido con otros pequeños.
Entre las mujeres estaba una abuela, de más de 60 años, que para asistir a las terapias con su nieto tiene que llevar a otro que ya es adolescente, para que le ayude a cruzar la calle y a distinguir el número de los autobuses que la llevan y traen de su casa al hospital.
También estaba un padre de familia cuya esposa falleció de sida y le dejó a una niña que ahora tiene 5 años. Él no deja de llevarla al control, cuida de ella con mucho amor.
Karen, la presidenta del grupo Luchemos por la Vida, también tiene un infante infectado. Su esposo ya falleció y ella está en tratamiento. Se empeña en conseguir un albergue para contagiados que se quedan huérfanos y los que no lo están, pero sus padres murieron a causa de este mal.
Ella, repite, ha tocado muchas puertas y aún no recibe la ayuda. Además, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, no responde a la solicitud de ayuda de $ 60 mil para comprar una casa frente al hospital, donde los niños estarían cerca para continuar con el control.
Karen se lamenta porque parece como si a las autoridades en general no les importara “cuál va a ser el destino de los infantes que a diario pierden a sus familiares a causa del mortal sida”.