Nada, hermano, no pasa nada. Que seguirás viviendo en este país en proceso de desertificación, en el que los manchones de ciudades feas se extienden incontenibles, con ríos muertos, violento, en el que no puedes salir por la noche, en el que exfuncionarios corruptos y sus cómplices privados ostentarán con insolencia sus fortunas mal habidas, cuyo mal gusto es imitado con presteza por nuevos ricos y nobles decadentes. Las artes plásticas en periodos anteriores fueron orgullo, no tienen hoy cultores de relieve; las ruinas de tiempos mejores, que ahora acogen a hordas de malvivientes, demuestran que antes hubo buen gusto y sobriedad; se empolvan en bodegas viejos acetatos que recogen piezas decentes, en las que compositores de buena fe musicalizaban creaciones de grandes poetas... No pasa nada, esta es la manera en la que nos gusta vivir, pensamos que no nos merecemos algo mejor, que la “falta de raza” nos ha vedado el paraíso, los que pueden escapar se van a Miami o Madrid y, los que no pueden, lo intentan por el Darién y el río Grande. No pasa nada.

País de grandes lectores

Ha cargado las tintas, columnista, pero es un retrato verdadero. Ahora sí, cuénteme, ¿qué tiene que ver esto con que yo no lea? Hace unas semanas mi amigo Nelson Maldonado, médico y músico, que incursionó muchos años con éxito en la radio y con menos fortuna pocas veces en la política, decía en su cuenta de Facebook: “Quiero que mis hijos estudien música, no para que sean músicos, sino para que sean buenas personas”. Le felicité por este pensamiento, cuyo espíritu recojo para decir: “Quiero que mis hijos sean lectores, no para que sean personas cultas, sino buenos seres humanos”. Y sí, las bellas artes, esas disciplinas que para la mar de indolentes “no sirven para nada”, mejoran ciertamente a mujeres y hombres, sensibilizándolos, haciendo que abran los ojos a la belleza... Está comprobado que en los espacios urbanos diseñados para ser más agradables, con ambientes que invitan a la convivencia, las tasas de delito disminuyen drásticamente.

¿En agosto nos vemos?

Entonces, lo que se ha podido hacer con barrios y comunidades, con métodos sencillos, un poco de pintura, mesas y sillas, jardineras y tantos árboles como sea posible, podría hacerse con el espíritu, amoblando bonito el cerebro mediante lecturas, abriendo los espacios desocupados de la mente y llenándolos de flores y mariposas. ¿Qué tipo de lecturas producen ese efecto? Solo hay dos clases de libros, los buenos y los malos. ¿Cuáles son los buenos? Los que agradan, divierten, estimulan y, a veces, enseñan. De mi experiencia de lector, escritor y librero es que son muy raros los escritos con propósitos perversos; sí los hay, pero afortunadamente constituyen en sí mismos delitos y pueden ser perseguidos. Lo que sí hay son libros malos, mal escritos, aquellos en los que la buena intención del autor se estrelló con la falta de recursos intelectuales. No pueden comunicar los propósitos del escritor. Son aburridos, ásperos, intragables. ¡Qué pena! Corresponde a los maestros y a los comunicadores sugerir lo mejor para cada sector de la población. La censura por parte del poder no entra siquiera en consideración, es siempre inaceptable. (O)