Hoy les voy a contar un secreto: con la tenacidad de un picapedrero empiezo cada día a escribir una novela. No cualquier novela, no la continuación de mi Margarita Peripecias o de mi Juan Olvidón, no, una novela rotunda, definitiva, espectacular que rompa el mercado librero, que rompa las fronteras y salga al mundo a convertirse en un best seller. Esa es mi empresa diaria y para eso me siento a escribir confiada, pero con miedo; decidida, pero llena de fantasmas; cargada de palabras bellas y originales, pero repleta de lugares comunes.

Talón de Aquiles

Hoy no será la excepción, me digo a diario. Nada me detendrá. Tengo el título, bueno, tengo dos y aún no decido cuál será el definitivo; sé cuál será la estructura, seguiré los pasos de Fernando Aramburu en Patria: contaré la vida de cada uno de los personajes de manera independiente, para luego unirlos a través del argumento brutal que tengo en la mente. Mi temor mayor es la cantidad de personajes, Cien años de soledad se va a quedar tachuela frente a mi novela monumental. Aquí nace la duda: creo que incluiré un árbol genealógico que guíe al lector. Pero excepto algún padre con su hijo, o un abuelo con su nieto político, o algún expresidente y su hermana, no se trata de familias, entonces no cabe. Bueno, será un cuadro sinóptico, un mapa. Lo decidiré en el proceso.

Les decía que tengo dos títulos: ¡Odio a la gente! Es el que le gusta a Santi, pero yo lo veo muy común y poco atractivo; desviaría la atención del lector hacia cualquier otro libro que se encuentre en la mesa de best sellers. Me parece más apropiado ¡Gente de mierda!, ese título se acerca más al tema del libro. (Ahora entenderán la necesidad de un mapa de personajes que oriente al lector, ¿no?).

Y si no leo, ¿qué?

No sé si empezar por el busero asesino, por el vecino sucio, por el que se estaciona donde le place o por los políticos corruptos de cada día. Por los violadores o pederastas o…

Entonces, cuando me siento decidida a continuar la escritura, con la tenacidad del picapedrero, me llega infaltable un emoji de una humeante taza de café con un ¡Buenos días!, que me envía mi amiga cubana Mary López. Dejo a un lado el móvil para que no me distraiga, pero con el rabillo del ojo avanzo a ver un mensaje de algún #AlumnoFavorito: Profe, hoy empecé a leer poesía, seguiré tu consejo. Santi me interrumpe con el noticiario que anuncia una nueva victoria de Richard Carapaz o Neisi Dajomes o de algún equipo barrial. Me distrae ahora el olor amable de lo que cocina la Jeanette y vuelven a mi memoria sus palabras: Seño, sí nos hemos de ir a Argentina de nuevo, ¿no? Y recuerdo ese maravilloso viaje, pero retomo la tarea ahora con más empeño.

“El robo fue más visible que nunca y el narcopoder se instaló seguro…”, escribo poco convencida cuando entro de lleno a X y me topo con @berecordero. Quiero ser como ella. Quiero luchar a diario contra la desnutrición infantil, contra la violencia. Santi sigue en el noticiario y grita: ¡Tu amigo Manuel Martínez!, qué coincidencia, él también trabaja por “La causa de los niños”.

No odio a toda la gente, pienso con los ojos medio mojados. Lo intentaré mañana. (O)