El Ministerio de Economía y Finanzas publicó un documento presentando el Plan Económico 2024-2025, titulado “Construimos la política económica del nuevo Ecuador: Planificamos con visión de largo plazo”. Pero el plan contiene el mismo populismo cortoplacista de administraciones anteriores. Son las mismas creencias mágicas en el poder de la inversión pública, que en la práctica ha sido un nido de corrupción, en la política tributaria progresiva, en el poder del Estado para diversificar la economía mejor que los actores privados, todo lo cual se contradice con el objetivo declarado de atraer más inversiones extranjeras.

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Hacia el principio contiene la siguiente afirmación: “Ecuador ha reducido la pobreza, gracias a la inversión pública y la provisión de servicios sociales”. De esto podríamos deducir que mientras mayor es el gasto público, mayor será el bienestar de los ecuatorianos. Pero la realidad reciente ha sido distinta. En este último casi cuarto de siglo Ecuador ha experimentado tres fases de crecimiento: dolarización con austeridad del gasto público y sin estatismo exacerbado (2000-2006); la larga noche del populismo autoritario correísta (2007-2016); y, la larga noche del populismo de buenos modales (2017-presente). En el periodo 2000-2006 el gasto público del Sector Público No Financiero (SPNF) promediaba 23,7 % del PIB, mientras que entre 2007-2016 el Estado ecuatoriano llegó a consumir un promedio de 40,4 % del PIB. Entre 2000-06, cuando carecíamos de tanta parafernalia estatal y se reducía el endeudamiento, crecíamos a una tasa promedio superior: 4,2 % vs. 3,3 % entre 2007-2016. El peor de los tres periodos ha sido el populismo de buenos modales, dado que entre 2017 y 2023 hemos registrado un crecimiento promedio de apenas 0,77 %.

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Este crecimiento mediocre del último periodo puede llevarnos a pensar que mejor es el populismo autoritario, pero realmente el desempeño superior se debe a la bonanza petrolera de la que gozó y al hecho de que el modelo es insostenible a largo plazo, aun cuando en sus inicios parezca dar buenos resultados.

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Hay desde hace casi una década un consenso en la sociedad ecuatoriana que clama por un populismo de buenos modales. Afortunadamente, parecemos haber aprendido la lección y nos hemos vuelto alérgicos a las fórmulas autoritarias del populismo, pero si la crisis de seguridad y fiscales no se resuelven, si el estancamiento económico persiste, los ecuatorianos podrían volver a menospreciar la democracia liberal y apostarle a una opción autoritaria en una elección no tan distante.

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Si la administración actual realmente desea forjar un nuevo Ecuador y pensara a largo plazo, otros serían los ejes del plan de Gobierno. Estaríamos enfrentando los principales problemas que nos mantienen en déficit permanente: cómo reducir el tamaño del Estado cortando gastos excesivos e ineficientes (por ejemplo, subsidio a combustibles y a pensiones); una reforma laboral general; una transformación radical en el sistema de seguridad social para volverlo viable a largo plazo; y la internacionalización del sistema financiero. Menos mal lo que sí ha avanzado, enfrentando casi nula resistencia política y ya desde hace cuatro administraciones, es la apertura comercial. (O)