A Yin Yan, nuestra gata, le gustan las canciones de Abba y los conciertos de André Rieu. Cuando oye la música que emite el celular, viene corriendo, lo muerde, se sube a la mesa, se acuesta al lado, se acurruca y parece querer meterse dentro de la música. Está absorta.

A mí me embelesa ver sus reacciones de felicidad y me pregunto por qué las noticias que escuchamos no producen las mismas reacciones de alegría profunda y deleite. En general estamos inundados de malas noticias. No es lo mismo las noticias que la música, el arte. Nuestras vidas deberían ser una obra de arte, hermosa, la nuestra, ¿entonces por qué nos alimentamos casi exclusivamente de desastres, de guerras y asesinatos? Son espacios enormes de la realidad que debemos conocer, pero no son toda la realidad.

El síndrome de Procusto

Parte de mi vida la he pasado en los detritus humanos, no por gusto al estiércol sino justamente para encontrar allí las señales de que la vida triunfa sobre la muerte e intentar que esa vida, que tiene seres humanos reducidos a caricaturas de sí mismos por la miseria, las drogas, las injusticias sistemáticas más duras, pueda encontrar salidas y caminos en las circunstancias más adversas. Ahora que hago parte bien asentada de la tercera edad por mérito propio, disfruto como Yin Yan, con admiración y asombro de la participación social de comunidades que no están en las noticias, pero iluminan el quehacer ciudadano.

Me invitaron a un taller en Sinchal (en el pueblo vecino más acomodado usaban chal, en este no, de ahí su nombre), cuyos orígenes corresponden a la milenaria cultura Valdivia, por la Ruta del Spondylus. Varias cosas me sorprendieron, el taller era para la formación de los promotores comunitarios encargados de monitorear y paliar la desnutrición infantil. Organizaba la mesa comunal que reúne a todas las instancias públicas nacionales y locales y organizaciones privadas del sector, centros educativos, y son apoyados por la Junta de Beneficencia. Los vecinos que participaban lo hacían sin remilgos, aceptaban coordinar grupos, escribir conclusiones sin anteponer no sé o no puedo. Simplemente fluían. Es encomiable que se junten capacidades complementarias para un problema tan grave y que la participación ciudadana sea valorada e incentivada.

Institucionalidad olvidada

Luego nos dirigimos a Manglaralto, previo saludo a la hermosa playa de Olón, residencia del joven presidente, donde se inauguraba el centro para personas en estado de vulnerabilidad El Nido, que ofrece un plan de microcréditos, un incipiente banco de alimentos, un comedor comunitario para adultos mayores, un centro de terapia física ocupacional y psicológica, de manera gratuita y donde la gestión de la ONG Manglaralto Giving, la Iglesia católica, el Gobierno autónomo parroquial y Junta de Beneficencia conjuga esfuerzos para lograr que funcione sobre todo con aporte de particulares.

Pasan cosas buenas en muchas partes. Si se conocen podrían convertirse en ejemplos para quienes tienen los mismos desafíos. Y en lugares donde los poderes públicos podrían intervenir rápidamente apoyando soluciones que la población comienza a construir, porque se ha adueñado de los problemas y busca activamente las soluciones. Y no permitirán que la corrupción se adueñe de sus propuestas y las destruya. (O)