No sé por qué en tiempos de campaña electoral se nota con claridad que la estupidez, el cinismo, la falsedad y la desfachatez de muchísimos candidatos se relacionan con el escaso contacto que ellos mantienen con la cultura escrita. Cuando se los oye lanzando sus increíbles y engañosas ofertas electorales, cabe preguntarse: ¿esos políticos han leído y asimilado un libro sustantivo? Más aún: ¿realmente pueden leer o deben ser considerados analfabetos funcionales, es decir, aquellos que se han alfabetizado, pero que no tienen una mínima idea de lo que han leído? Un político, por definición, está leyendo permanentemente.

Sin duda, estos candidatos son capaces de leer los mensajes de texto en sus teléfonos celulares; es decir, saben leer. La época digital también demanda una cultura de la lectura, pero un pensador como Roger Chartier (en su libro Lectura y pandemia) ha señalado que es significativo el formato en el que se lee, pues no es lo mismo leer en la pantalla de un teléfono que en la página impresa en papel. Chartier dice que “la lógica de la librería, de la biblioteca, de la página del diario, del libro impreso es una lógica del pasaje, del viaje entre estanterías, entre espacios, entre textos. El lector es un cazador furtivo, un peregrino, un viajero”.

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Hay, entonces, toda una actividad en marcha cuando alguien lee en un formato de papel, pues el entorno de los libros –librerías, bibliotecas, escuelas– se dinamiza. Uno lee rodeado de otros libros, lo que claramente establece un diálogo con el acervo de la cultura escrita y la tradición. En cambio, continúa Chartier, “la práctica de lectura propia de las redes sociales es una lectura acelerada, apresurada, impaciente, fragmentada (y que fragmenta), sin la necesidad de controlar las informaciones y las afirmaciones leídas”. El peso que está teniendo la lectura en formatos digitales nos vuelve menos observadores de nuestras ideas.

La cultura de la lectura en papel es una defensa de la razón y la verdad. Por eso ciertos políticos huyen de la lectura.

En parte, la banalidad, grisura y tontería que presentan nuestros candidatos podrían ser otro efecto más de la pandemia que nos ha mantenido encerrados y mentalmente inmovilizados. Y, si la pandemia ha exacerbado las desigualdades sociales, ¿cómo se hace para que la lectura contribuya a un crecimiento de la persona y la sociedad? Aunque no es una ley que la lectura nos vacune instantáneamente contra la memez, sí está probado que leer abre nuestras perspectivas hacia dimensiones que podrían hacer cuestionarnos nuestros propios valores y creencias. Algo ayuda la lectura para sostener posturas autocríticas.

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Tal vez, por esto mismo, ningún gobierno ha fomentado un sistema potente, ágil y eficaz de bibliotecas públicas en nuestro país ni una campaña de lectura duradera entre la población alfabetizada. Que la política se realice especialmente en entornos digitales es una amenaza para la razón y, según Chartier, constituye un riesgo para el conocimiento, pues no hay examen crítico de la veracidad de lo que se enuncia; además es un riesgo para la vida democrática, pues no fomenta la formación de ciudadanía. La cultura de la lectura en papel es una defensa de la razón y la verdad. Por eso ciertos políticos huyen de la lectura. (O)