La semana pasada participé de una charla organizada por la oficina de la USFQ en Guayaquil, a la que asistieron promotores inmobiliarios y constructores. El tema para tratar era ‘La arquitectura en Guayaquil al 2030′. En el evento pude compartir mis preocupaciones respecto al futuro de la ciudad, así como los desafíos que Guayaquil deberá enfrentar en un futuro no tan lejano.

Uno de los factores que más me preocupa es una suerte de espejismo que vive la ciudad, el cual nos hace creer que hay un aura de prosperidad y crecimiento económico, a causa del aumento de la masa construida y el aumento de la oferta inmobiliaria.

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Uno de los aspectos que más me atrae de la economía urbana como campo de investigación es su alejamiento de los teoremas intangibles de la economía pura. La inserción del territorio en la relación entre capital y población brinda más y mejores formas de corroborar el comportamiento económico en el sitio que se estudia. Ciertamente, un aumento de los metros cuadrados construidos significa un incremento en el capital que circula dentro de un espacio determinado; pero en el caso de Guayaquil, eso se da con una agravante: el abandono total o parcial de sectores previamente consolidados. Dicho abandono deprecia el valor de los inmuebles que son dejados a un lado, en especial cuando no son aprovechados en el volumen requerido por habitantes de otros sectores que buscan mejorar su estilo de vida. Dicho de manera concreta –y quizá simplona– la Kennedy Norte y el sector del Mall de Sol se llevaron gran parte de la actividad en el centro de la ciudad; así como Samborondón creció a costa del decrecimiento ocurrido en Urdesa, el barrio del Centenario y Los Ceibos.

Ofrecer reducciones considerables a quienes ocupen inmuebles en estado de abandono daría una dinámica diferente...

La idea del valor de un inmueble como patrimonio en permanente estado de revaloración es falsa. El precio de cualquier inmueble –desde un terreno rural hasta un penthouse– no se paga por el bien como objeto. El precio de los inmuebles lo dicta la oportunidad del usufructo que nos ofrecen. Un inmueble que no es aprovechado es inevitablemente, una propiedad venida a menos.

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Guayaquil cuenta con montones de sectores que son ocupados a media llave: el centro y el barrio del Astillero son zonas que llaman la atención por lo mínimo que son aprovechadas. A diferencia de lo que ocurre en Quito, donde las áreas que han sido desocupadas suelen tener nuevos habitantes con cierta rapidez, estos sectores no han sido aprovechados por otras personas, provenientes de otras partes del país o de otros barrios.

¿Es esto malo? Sí. ¿Puede remediarse dicha situación? También. Los barrios suelen tener épocas cíclicas de auge y austeridad. Lo que una generación ve como un estorbo termina siendo un tesoro para la siguiente. Pero esto debe darse con un empuje por parte de la administración municipal. El real valor de los impuestos –sobre todo, los prediales– no radica en su rol como ingreso a las arcas del cabildo, sino en su capacidad de persuadir a la población sobre dónde vivir o trabajar.

Ofrecer reducciones considerables a quienes ocupen inmuebles en estado de abandono daría una dinámica diferente y necesaria al sector inmobiliario de Guayaquil. (O)