La intervención de Lenín Moreno presentando su plan económico marca un hito. Es la capitulación conceptual de una década de tribalismo ideológico por parte de Alianza PAIS. Sabemos que no se trata de una conversión doctrinal profunda, pero sin duda es un giro importante de timón, por más que sea obligado por las circunstancias. Resulta curioso, no obstante, que verdades tan obvias como la necesidad de fomentar la inversión privada con verdaderos incentivos, eliminar el demoniaco anticipo de impuesto a la renta, o devolver el régimen de responsabilidad limitada, entre muchas otras cuestiones, hayan necesitado tanto tiempo para concretarse en sus cabezas, pese a la abrumadora evidencia presente desde hace años. Ojalá los mandarines del leninismo se esmeren en materializar inmediatamente el boceto de buenas intenciones –no es nada más que eso por el momento–.

Lógicamente, no todo es color de rosa. Llaman la atención algunas cuestiones. Cuando escuché al presidente decir que no subirían un solo impuesto más, sentí alivio. Pero fue paradójico que luego de esa declaración tan tajante anunciara el alza de aranceles. ¿No es acaso ese el tributo más oneroso para los más pobres y las clases medias, que ven encarecida la ropa que usan, los alimentos que consumen, sus televisores y teléfonos, etc.? Porque subir la carga arancelaria es disminuir el salario real, es una merma instantánea en la capacidad adquisitiva de todos, aunque especialmente de quienes no viajan, además de un subsidio a las empresas que gracias a esas barreras monopolizan el mercado nacional. Ahí sin duda prevaleció el mantra de “cuidar la dolarización”, perorata seudotécnica que repiten desde los días de Correa para subir y mantener el ISD, solapar el siempre creciente proteccionismo, entre otras truchadas burocráticas.

Es evidente además que el Gobierno quiere quemar sus últimos cartuchos financieros mediante préstamos contratados con organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Así podrá recibir la avalancha de recursos que necesita para reemplazar la carísima deuda contraída durante la última década, y encontrar un respiro en las finanzas públicas que están cada día peor. Necesitará por tanto pasar por la Asamblea Nacional, porque ya es una verdad oficial que el techo legal de la deuda pública fue rebasado hace mucho tiempo. Requerirá del Legislativo el endoso de las obligaciones contraídas ilegalmente y además permiso para asumir nuevos pasivos.

Esperemos por tanto que todo esto lleve a buen término. Ello implica que los artífices económicos del Gobierno necesariamente busquen ideas más allá de su comfort zone. Se habla del peso que ejerce el ala tribalista del gabinete presidencial, encarnada por la canciller y el director del SRI, entre otros, quienes se niegan rotundamente a explorar rumbos menos estatistas. Quién sabe. Lo cierto es que hay que vencer prejuicios, olvidar esa vocación mezquina del correísmo, que hizo del diálogo un eterno show.

Ojalá la capitulación de este lunes no sea solo conceptual, sino que se haga práctica.(O)