Vuelvo de Guayaquil feliz y agradecida, asistir a una feria del libro siempre es motivo de felicidad, pero asistir a charlas y conversaciones de primer nivel, con autores que solo hemos leído pero nunca antes visto, abrazado o posado para una selfie, es algo maravilloso. Presentar un libro y sentir la calidez de mis lectores, eso ya fue de otro nivel, ¡eso no tiene precio!, ni palabras para agradecer.

La cultura no es patrimonio de pocos, lo es de todos. La cultura no son únicamente los libros, son todas las expresiones artísticas, las costumbres y modos de ver y vivir en este mundo, y a mí me alegra enormemente que cada ciudad de este país vaya, aunque sea lentamente, abriendo espacios para estas expresiones. Todavía es mucho pedir que la cultura se consolide y tenga un marco institucional, pero ¿para qué hablar de tristezas, no? Quedémonos con lo que sí se hace, con lo que nos llena de vida, con lo que nos motiva a seguir trabajando por y para la cultura. Quedémonos con los sueños.

Hablando de las diversas expresiones culturales, me había olvidado de contarles lo increíble que está el ferrocarril. Hace poco recorrimos, mi marido y yo, la ruta de los volcanes. Tempranito en la mañana llegamos a la remozada estación de Chimbacalle, en ese hermoso espacio con aire nostálgico nos encontramos con Eloy Alfaro, con vendedores de artesanías y maquinistas, que llenaban de color y gracia la vieja estación. En vagones muy limpios y medianamente cómodos para mi viejo coxis, salimos con puntualidad suiza rumbo al sur. Una vez terminada el área urbana (que deja mucho que desear), empezó lo bueno: el Parque Metropolitano del sur, las primeras montañas de la cordillera oriental en todo su esplendor. La primera parada fue en Tambillo, ahí la pequeña estación se ha convertido en una cafetería donde nos esperaban empanadas de viento y pristiños. Continuamos disfrutando la belleza de la Sierra hasta llegar al pie del Cotopaxi; allí, guiados, caminamos por senderos donde la naturaleza se desborda. Al regreso fue la hostería La Estación, en Machachi, la que nos acogió para el almuerzo, no faltaron danzas y música local. Con el sol de la tarde posado en la cordillera occidental, con olor a pasto y a lluvia regresamos encantados a Quito.

Lo gracioso de esto es que el gestor cultural de toda esta maravillosa experiencia es un guayaco. ¡Tenían que traer un mono! Saludé cariñosamente a Andrés Zerega cuando supe que estaba trabajando en Quito y nada menos que en el Ferrocarril. Enhorabuena para esta empresa que creo que eligió a la persona correcta. Ahora lo indispensable es que Andrés converse con el Cabildo para llegar a un acuerdo con el alcalde quiteño, quien tiene que hacerse cargo de Quito, pero en este caso, voltear a ver el sur. Habrá que convencerle de que “no solo de ‘metro’ vive el hombre”, que los quiteños queremos y exigimos árboles, limpieza y orden.

No es justo que todo el esfuerzo de rehabilitar el ferrocarril se desvanezca por la triste visión que la ciudad ofrece. No basta tener un patrimonio, hace falta mantenerlo. (O)