Siempre me causó gracia que se refiriera a sí mismo en tercera persona, como “el periodista” (con minúsculas, supongo). O que pidiera disculpas al público por “utilizar la primera persona del singular” cuando le tocaba su turno del “yo” como instancia de enunciación. Cortesía y delicadeza de Carreño, además de la cordialidad que habitualmente despliega Diego Oquendo Silva, periodista, poeta y doctor en leyes, cuando realiza sus entrevistas en Radio Visión, de Quito. Cordialidad no exenta de filo cuando cuestiona a sus invitados, a unos más que a otros. El hecho de que no siempre estemos de acuerdo con sus opiniones o estilo testimonia el valor de la comunicación en la sociedad ecuatoriana. Por ello, reconozco el valor de “el periodista” como un hombre valiente, pensante, agudo y polémico. Porque solo quien se arriesga puede ser “polémico”. Es más cómodo no serlo portándose universalmente buenito, diciendo inocuidades y cultivando el humorismo blanco.

Los periodistas polémicos representan una parte de todo lo que el correísmo teme y detesta: la eficacia vigente de la radio, como el medio de comunicación más popular, para difundir la opinión y el pensamiento que no se someten a los dictados de un Gobierno empeñado en aniquilar la palabra adversa. Además de Oquendo están Gonzalo Rosero, Miguel Rivadeneira, Gonzalo Ruiz Álvarez y otros igualmente críticos y consistentes. Con dedicatoria para ellos, este Gobierno medroso ha montado, mediante las instancias creadas para el efecto, un supuesto concurso para reasignación de frecuencias de radio y televisión, con reglas de juego que se modifican a medida que avanza el proceso, para cumplir con la consigna. El propósito explícito: disminuir el número de radios privadas y ampliar la cantidad de radios comunitarias. El propósito inconfesable: silenciar a las emisoras que critican al Gobierno, ignorando su valor, sintonía y experiencia, otorgando ventajas insuperables a las supuestas radios comunitarias y a las afines al Gobierno.

En este proceso ya descalificaron a Ondas Azuayas, la veterana y tradicional emisora cuencana contestataria con el Gobierno, y se anticipa que Radio Visión, Exa-Democracia y otras igualmente no alineadas con el discurso oficial podrían sufrir la misma suerte en la siguiente etapa de este concurso espurio. Probablemente ningún Gobierno anterior en la historia reciente del Ecuador ha hecho tanto en favor de la comunicación… gobiernista. Pero no hay duda de que ningún régimen contemporáneo ha combatido tanto la comunicación no adepta, como este Gobierno. El problema no radica tanto en una ley de la comunicación ni en una racionalización de la distribución de las frecuencias, sino en la capacidad mistificadora que anima el discurso y todas las acciones del correísmo: declamar las supuestas intenciones más nobles como argumento para seducir y apaciguar al pueblo, ocultando los fines verdaderos más perversos en búsqueda de la prolongación y consolidación del poder único o hegemónico. Así, en el terreno del que hoy hablamos, se trata –supuestamente– de “garantizar la libertad de expresión y el libre acceso del público a la información y comunicación como un servicio público de manera veraz, oportuna, objetiva y contextualizada”. Cuando en realidad hemos observado durante diez años su esfuerzo abusivo, torpe y felizmente fallido por imponer en este país su monoverdad, monodiscurso y monorrealidad paradisiaca semidelirante. (O)