Por invitación de Leonardo Valencia y Fernando Balseca participé en un panel sobre este tema. Estuvo interesante aunque no llegamos a nada, porque es un tema del que hay que hablar. Es triste decirlo, aquí hay una manera ecuatoriana de hacer las cosas. La regla de oro es la improvisación, así es como se construyen (o destruyen) ciudades, así es como se gobierna, así es como se educa. Como habría dicho mi abuela: “A la maldita sea”, poniendo siempre por delante interés personal.

La situación de las editoriales en nuestro país es directamente proporcional a los niveles de lectura, somos un país poco lector. Se produce poco y daría la impresión de que de manera improvisada. Esto, en cierta medida, es bueno porque quiere decir que aún podemos encontrar la brújula. El gran reto es formar lectores. Ya es hora de que el poder público, a través de los ministerios de Educación y Cultura; alcaldías y gobiernos seccionales; Cámara del Libro y núcleos de la Casa de la Cultura, así como las librerías y los gestores privados promovamos el gusto por la lectura. Deberían involucrarse los medios de comunicación, ellos son los llamados a incentivar la lectura de manera sistemática.

Los límites son varios, de un lado están las ediciones como tales, y de otro su distribución. Es importantísima la calidad editorial, lo que se produce debe ser bueno en contenido y en continente. No podemos darnos el lujo de hacer libros sin corrección de estilo, sin diseño, sin gracia. Hay que pensar en que el libro ecuatoriano debe salir de las fronteras.

No sé a quién se le ocurrió que para honrar la vida hay que tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. El hijo es opcional, vemos que para algunos más productivo que sembrar un árbol es abrazarlo y no tenemos que escribir un libro, podemos honrar la vida leyendo buenos libros y no escribiendo mediocres.

Es terrible como librero negar el espacio a un libro porque su contenido es malo y su edición pésima. Los ecuatorianos somos malos críticos, y esto es un círculo vicioso, por un lado no aceptamos la crítica ni de un amigo cercano; y por otro, no hacemos crítica porque tememos perder al amigo cercano. Pero hay que darse tiempo, los autores para aprender a escribir, las editoriales para diseñar correctamente un libro y cueste lo que cueste contratar un corrector de estilo. No exagero, un reconocido economista publicó un libro y pidió disculpas por las faltas de ortografía.

Las editoriales deben ser responsables de los contenidos. En el país hay empresas de servicios editoriales. La persona puede pagar por la publicación de su libro y a cambio obtiene el sello editorial y la distribución. Es un negocio legítimo, nosotros, a través del sello Novel Editores, damos este servicio, pero no cabe hacerlo a la maldita sea. Si un texto no merece publicarse, por mucho dinero que vayamos a ganar, hay que decir “no, gracias”, no podemos ser irresponsables y editar libros malos.

El otro límite es la distribución, aquí como en todo este mundo cruel, poderoso caballero es don dinero. Por un lado, las editoriales grandes que tienen que cumplir un presupuesto siempre van a atender primero y con mejores condiciones a las librerías grandes; y, por otro, están las pequeñas editoriales independientes que, en cambio, tienen que luchar a brazo partido para poder entrar en las grandes cadenas. Esto es muy desigual y una de las razones por las que los independientes, sean editores o libreros, nadamos contra corriente.

Pero hay oportunidades, y somos los libreros y editores independientes quienes debemos incentivar la lectura y hacer alianzas para sobrevivir en esta selva. (O)