Hace pocos días mientras me preparaba para visitar al médico, se me ocurrió llevar dos folletos de lectura, uno para mí y otro para ofrecérselo a alguien que también estuviese esperando su turno.

Luego de los papeleos de rigor, me senté a esperar la llegada del médico y me puse a leer un discurso de Krishnamurti (fue escritor, orador, de India), y le ofrecí el otro folleto a un joven que estaba cerca. El folleto fue editado en 1935, en conmemoración de los 100 años que habían transcurrido desde que el inglés Charles Darwin llegara a nuestras islas Galápagos. Ambos nos pusimos a leer, llegó el médico, entré, salí de la consulta y el joven seguía entretenido con la lectura y le dije que cuando terminase –si deseaba– regalara el folleto a otra persona. ¿Se imaginan la millonada de horas que desperdiciamos mientras esperamos en las salas de los médicos, las oficinas públicas y privadas, cuando viajamos por cielo, mar y tierra?, esto es propio de nuestra cultura. En otras latitudes es común ver a las personas, aun de pie, leer un libro, revista o el diario; el tiempo y el lugar son aprovechados. Espero que alguien rescate esta opinión, se inicien campañas para que la gente no dormite en los asientos y les ofrezcan lectura por la simple razón de aprovechar el tiempo; porque el tiempo no es recuperable. Con la tecnología actual, el internet, debería haber asientos con audífonos para escuchar relatos que nos culturicen mientras descansamos. Hace muchos años en un museo de Chile vi unos asientos para que los visitantes cansados reposen, y se podía adaptar unos audífonos para escuchar el lenguaje de unas tribus del sur ya desaparecidas. La lectura es el mejor antídoto para el aburrimiento, la soledad. La herencia de la lectura no tiene precio y es posible disfrutarla cuando vemos a nuestros hijos en la cama leyendo a Ken Follet (escritor británico). (O)

Eduardo Vargas Tobar, médico, Guayaquil