El Ecuador entero se ha visto sobrecogido con la llegada de su santidad, el papa Francisco, en su primera visita pastoral a Sudamérica.

Las multitudinarias demostraciones de fe de nuestro pueblo, mayoritariamente católico, así como de quienes, aunque ajenos al catolicismo, reconocen en Francisco al líder espiritual con trascendencia humanística y social, solo confirman que estamos frente al papa del fin del mundo; sí, frente a este humilde y profundo jesuita porteño, que ha comenzado un nuevo mundo vaticano, sin tronos de oro, ni limusinas; un sencillo hombre de Dios, que rompe protocolos y prefiere el contacto con la gente de a pie a las pomposas veladas con los poderosos.

Francisco llegó en momentos difíciles. Por un lado, un gobierno que ha intentado manipular, sin éxito, los pensamientos del papa Francisco, para justificar una supuesta legitimidad, desde lo divino, de los proyectos de ley que aumentan el impuesto a las herencias y modifican el de plusvalías, ambos retirados temporalmente ante la protesta ciudadana en las calles; y por el otro, grupos sociales y políticos que, lamentablemente, parecieren impulsar una salida no democrática a esta indiscutible y muy delicada crisis política que parece irreversible.

Y creer que Francisco llegó al Ecuador sin conocer el detalle preciso de lo que acá ocurre sería subestimar el talento del papa y de un cuerpo diplomático que, sin duda, debe ser de los mejores del mundo.

Luego, es evidente que sabía a lo que se iba a enfrentar. Y si quedaba alguna duda de ello, nuestro presidente le confirmó todo lo que pudo haber leído y escuchado antes de partir hacia nuestra tierra, pues lo recibió con un discurso político, a mi gusto inoportuno y demasiado largo considerando la edad y el cansancio del papa, luego de once horas de vuelo.

No voy a caer en el lugar común de intentar interpretar las palabras de Francisco, tanto a su llegada al Ecuador como en las homilías de Quito y Guayaquil. Creo que cada quien tiene derecho a pensar lo que quiera, y algunos, a engañarse también. Al fin de cuentas, el papa se va hoy, y regresaremos al verdadero Ecuador.

Lo que sí está claro es que Francisco predica con el ejemplo las virtudes que definen a la Iglesia católica, y en particular a La Compañía de Jesús, desde su fundación: humildad, sencillez, caridad, solidaridad y paz.

Y esas virtudes nos llevan a la igualdad, al respeto de todas las libertades, al diálogo sin exclusiones y a la unidad.

Ni la caridad, ni la solidaridad, ni la paz se consiguen a patadas. Tampoco la igualdad y menos la unidad, excluyendo a un grupo por muy minoritario que supuestamente fuere.

Ese es el gran mensaje que nos deja Francisco: paz, sencillez, humildad, solidaridad, igualdad, inclusión y unidad.

¿Nuestros gobernantes practican las virtudes del papa Francisco?

Porque de lo contrario, los abrazos y sonrisas son solo una apariencia circunstancial, para las fotos y crónicas de la prensa internacional, esa que no puede ser perseguida por la Supercom, ni interrumpida por una cadena nacional.

De corazón espero que el mensaje de nuestro querido papa haya calado en quienes tienen en las manos el futuro de esta patria; de quienes aún pueden enderezar el timón y guiarnos hacia puerto seguro. (O)