Hace cuatro años, el país se agitó por un suceso que todavía se investiga. El Gobierno lo ha calificado de varias maneras pero prefiere decir que fue un intento de magnicidio. El hecho real es que ha habido varios acusados, unos encontrados culpables y otros declarados inocentes. Se ha dado mucha importancia al hecho y hay estrictez en la aplicación de las penas. Como para que nadie se atreva a repetirlo. Mensaje claro para todos.

El 17 de este mes, grupos opositores organizaron una manifestación pacífica para protestar contra algunos actos del Gobierno. Trabajadores, empleados y obreros, indígenas, campesinos, estudiantes, desengañados del mismo partido, personas de distintas condiciones. Una mezcla peligrosa en la capital, donde las habas se cuecen en caldos corrosivos. De ello dan fe los gobiernos de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. Se ha dicho que más peligrosos son veinte mil quiteños manifestando que doscientos mil guayaquileños vociferantes. Con razón, porque el puerto está muy lejos del centro del poder, y en la capital está “aquicito nomás”. Tal vez por estos antecedentes, el Gobierno llamó a una marcha en defensa de los derechos de los trabajadores, con el más puro eufemismo. El centro fue la Plaza Grande donde se concentraron los partidarios del Gobierno para que nadie más que ellos estuviera allí y evitar que golpistas se tomen el palacio. Se formó una inmensa guardia de corps, mejor que la guardia presidencial que puede obedecer órdenes de abandonar a sus protegidos.

La primera obligación de un gobierno es mantenerse como tal. El gobernante sabe que sus actos no gustan a todos y cuando se ensoberbece desoye la voz profunda del pueblo. En sus oídos suena más la música de los partidarios y aduladores. Pero hay una perspicacia que alerta y un miedo que surge de los acontecimientos del pasado reciente porque quienes ahora tienen el poder recuerdan lo que hicieron los célebres “forajidos”. Hay miedo. Se demuestra en las reacciones desproporcionadas en el trato a los estudiantes detenidos. Se nota en el prurito de demostrar que el Gobierno es fuerte para que nadie se atreva a intentar aventuras golpistas.

El mejor antídoto está en escuchar. Las protestas de los manifestantes indican que hay mar de fondo. Se debe entender que muchos ecuatorianos estamos cansados de tanta confrontación, de que se quiera imponernos, vía impuestos, hasta lo que debemos comer. Muchos sentimos que se hayan silenciado las voces de Emilio Palacio y Carlos Vera. Duele la desaparición del diario Hoy. Cansan los ataques a la prensa independiente. Parece que se persiste en la lucha estéril contra el alcalde Nebot, por el dragado, por el puerto y ahora por el costo de los pasajes. Estamos hartos de las cadenas “informativas”. El ejercicio del poder desgasta y este Gobierno no es la excepción. El presidente Correa ya tiene su puesto en la historia, que no lo enfangue con intolerancia, que sea ecuánime. Que pueda escuchar, no “socializar”, porque quien dialoga no impone. Que pueda perdonar y olvidar, virtudes de las almas grandes. Es bueno que haya miedo porque puede suscitar rectificaciones. Que termine su mandato, pero sin reelección.