Un popular diario guayaquileño ha sido sancionado por la Supercom a causa de aquello que lo ha convertido en lectura estimada por algunos taxistas, guardias de seguridad y policías de tropa (según investigación de una psicóloga de la PUCE): exhibir en su portada la fotografía de una modelo semidesnuda con algún comentario hormonal. La entidad acogió la denuncia presentada por una asambleísta, quien argumentaba que la fotografía ofendía a las mujeres por “el tratamiento sexista y estereotipado de la figura de la mujer”. Supongo que el diario no tiene la pretensión de especializarse en la estética del desnudo, y solo se limita a conservar la clásica aunque decadente página “para caballeros” que siempre ha convocado al sector más autocomplaciente del público masculino.

Ante esto me hago tres preguntas: 1) ¿A cuántos hombres ecuatorianos les ofende “por el tratamiento sexista y estereotipado de la figura del hombre” el que algunos exhiban sus bronceados bíceps, pectorales y abdominales en comerciales de jabones, o que deban traslucir “el paquete” en los anuncios de calzoncillos? 2) ¿A cuántas mujeres ecuatorianas les parece relevante para su condición y destino el que existan periódicos que muestren fotos de modelos que estiman su anatomía como un talento redituable? 3) ¿Cuántas ecuatorianas se sintieron solidariamente ofendidas cuando tres mujeres asambleístas del partido de gobierno (incluyendo la hoy denunciante) fueron sancionadas por sus coidearios por expresar una opinión propia y diversa con respecto a la despenalización del aborto?

Existe algo más ofensivo para la dignidad de las mujeres y los hombres que la exhibición de su desnudez, y eso es el irrespeto a su palabra y a su pensamiento. Si la existencia de la Supercom tendría algún sentido trascendente, sería el de promover una mejor capacidad de análisis y reflexión de los ciudadanos frente a lo que leen y a lo que miran en la pequeña pantalla, en un clima de respeto por las opiniones diferentes. El que la Supercom sirva principalmente para controlar que los medios cumplan la Ley de Comunicación, la convierte en un mero organismo de vigilancia y pone a sus funcionarios en la tediosa labor de pescar infracciones en todas las noticias, imágenes, editoriales y columnas de opinión, incluyendo la prosaica pesquisa de “fotos de lluchas” en todos los medios. Como para despechar al mismísimo Winston Smith, el eficiente funcionario del Ministerio de la Verdad en la novela 1984 de George Orwell.

Casi todas las corrientes dentro del pensamiento feminista tienen consistencia teórica y argumentación, excepto dos. La primera es la del psicótico y desaparecido SCUM. La segunda es la que cultivan algunas mujeres aquí, la del feminismo contingente y contradictorio, de moralina, protagonismo y ocasión. Su coyuntural emergencia en los noticiarios no le hace ningún favor a la causa de las mujeres ni a su relación entre ellas y con los hombres. Si la Supercom acoge y satisface graciosamente cualquier denuncia, ello banalizaría y degradaría su existencia, abortando lo que podría llegar a ser su función más rescatable e importante, para convertir a la entidad estatal en un observatorio de vigilancia moralista al servicio de las preocupaciones más pacatas de nuestra sociedad.