Monseñor Julio Parrilla, obispo de Riobamba, llama la atención sobre un pasaje del evangelio atribuido a Juan, que ocurre en Sicar, una población de Samaria, a la que ha llegado Jesús tras un largo peregrinar por caseríos, aldeas y sinagogas. Cansado de tanto andar, se sienta junto al pozo. Una samaritana desconocida se pone a conversar con Jesús. Según Parrilla, “Jesús entabla con ella un diálogo que, a la postre, será un encuentro liberador. Sicar es, sin duda, un lugar de escucha y de encuentro”, en el que Jesús rompe prejuicios (los judíos no trataban con los samaritanos), y entre ambos hablan de “las esperanzas y las miserias que acompañan el diario vivir”.

Escuchar y encontrarse con el prójimo ha sido una consecuencia de la misión evangelizadora de monseñor Parrilla; su pensamiento ha tomado en cuenta, especialmente, a la gente común “que cada día trabaja, lucha, piensa, sueña, se encuentra y se desencuentra”. El reciente libro de Julio Parrilla, Reflexiones junto al pozo de Sicar (Bogotá, Intermedio, 2014), recoge las que él llama “conversaciones”, que traen una meditación serena que surge despacio y que muestra compasión y respeto por el otro, y nos exige cotidianamente ser mejores personas haciendo algo concreto por quien está necesitado.

El libro aborda el imperioso cuidado que debemos tener con la Tierra, nuestro único hábitat; alerta sobre el tipo de familia que estamos alentando; subraya la necesidad de luchar; expresa el horror ante los asesinatos y las desapariciones de mujeres, “esa violencia maldita que corroe el corazón del hombre”; critica aquella educación que cree que la calidad es solo un asunto académico, olvidándose de tocar el corazón y el espíritu de las personas; cuestiona cómo, por dinero, estamos “dispuestos a perder la moral”; en fin, invita a reflexionar en el morir humanamente como resultado de un vivir humanamente.

Citando a Gandhi, Maquiavelo, Malraux, Pavese, Cervantes, Quevedo, Ana María Matute, Gabriela Mistral, Rosalía de Castro, o Wilde, monseñor Parrilla sabe de la centralidad de la lectura (él ha cuestionado el escándalo de los políticos que no leen), no para sustituir la realidad, sino como una ayuda para comprender las vicisitudes de quien camina en busca de la paz personal y grupal. Estos escritos nos confirman asuntos importantes: nos hacen ver que un mundo más equitativo es posible gracias a la mínima atención que cotidianamente debemos poner en el prójimo desamparado. Es un llamado a la cultura de la no violencia que exalta la dignidad humana.

Al utilizar su propia experiencia vital, o los cuentos de los abuelos, el mensaje de Parrilla interesa por su sencillez, claridad y contundencia: “Yo creo que la Iglesia tendría que ser la casa grande, un hogar, para todos aquellos que buscan, se preguntan y sufren en medio del dolor y el desastre”. Sus reflexiones ayudan a entender el evangelio que, como toda gran obra literaria, está lleno de misterios difíciles de descifrar. Aboga por hallar una armonía en medio de la fragmentación a la que nos arrastra la vida actual. Frente a las engañosas promesas de la publicidad y de las ideologías, prefiere lo esencial de las pequeñas cosas: los gestos solidarios que verdaderamente nos transforman.