La caricatura (del italiano caricare, cargar o cargarse con) es uno de los recursos más agudos del humor, y el humor denota la inteligencia y la honestidad del sujeto. Porque la primera característica del verdadero humor es la capacidad de reír de sí mismo. El humor pone en evidencia la falsa solemnidad con la que el yo inviste a sus supuestos atributos y valores, y desenmascara su inconsistencia, sus contradicciones y su función como disfraz político y social. La caricatura, como género y recurso del humor, recurre a la exageración y simplificación de un rasgo parcial (físico, fisonómico, caracterológico o de conducta), mediante el cual representa y vuelve reconocible al personaje completo. Como producción del inconsciente, la caricatura contiene un alto grado de condensación como diría Sigmund Freud: en un solo cuadrito y mediante pocos trazos, se reúnen y representan muchas ideas, dependiendo del pensamiento del autor.

Aunque aparece en el Renacimiento italiano, la caricatura florece y alcanza al público desde comienzos del siglo XIX a través de los principales periódicos de Europa, como caricatura social y política. Surgen los caricaturistas como críticos de los usos y costumbres sociales y como cuestionadores de los poderes de turno. Porque la caricatura implica opinión, pensamiento y obra de autor reconocible y reconocido por el pueblo, en tanto sus trazos frecuentemente vehiculizan aquella opinión pública que el poder censura. En este sentido, los caricaturistas más exitosos son verdaderos intelectuales, en una de aquellas funciones que Edward Said la atribuye a un intelectual: convertirse en un francotirador público que dispara simbólicamente contra el poder, en lugar de ganarse el pan como su servidor.

Por eso, los caricaturistas han sido reprimidos y perseguidos por algunos gobernantes en diferentes países y particularmente en el último siglo. Supongo que en su trabajo cotidiano, a los caricaturistas les resulta inevitable confrontar las inconsecuencias que todos los poderes de turno exponen en su ejercicio. La función del caricaturista lo ubica de modo habitual en el ejercicio solitario e individual de la oposición, antes que en la militancia partidista. Es lo que más frecuentemente verificamos en los artistas e intelectuales que se dedican a este oficio en todo el planeta, y en los mejores autores que han prosperado en nuestro país en el último siglo. Uno de ellos es, sin duda, Bonil alias Xavier Bonilla. En Bonil hay una obra más allá de su crítica al poder. Hay una reflexión aguda y a veces mordaz sobre el amor, las relaciones de pareja, las costumbres sociales, las modas banales y la vida urbana, además de una opinión política con la que no todos están de acuerdo.

Quizás por ello, el Ilustre Municipio de Quito exhibe algunas de sus caricaturas sobre el tránsito y la movilidad en nuestra capital en la exposición Piedaleando, que ha montado desde hace algunas semanas en el bulevar de la avenida Naciones Unidas. Este reconocimiento público y oficial de su trabajo contrasta con la torpe amenaza de judicialización que se cierne sobre él con el pretexto de alguna caricatura reciente. Esta es una buena ocasión para que el Poder en el Ecuador demuestre su sentido del humor, es decir, la honestidad que predica y la inteligencia que le suponemos.