Mi madre tiene 88 años, el cuerpo frágil, la voz firme y la mente poderosa. Es esa mente poderosa la que hace que aún camine, pese a su artrosis, o la que le permite entusiasmarse con la lectura del diario de papel y con los libros que llegan a casa. Si es por servicio de entrega, es la primera que abre el sobre para descubrir ese objeto que de manera pronta toma en sus manos y lee. Cuando el libro lo llevo yo, curiosa indaga: “¿Quién es el autor? ¿Sabes de qué trata? ¿Me lo puedes prestar?”. En ocasiones, ella misma busca en nuestra biblioteca y se provee de libros. Así se asegura lecturas para cada día.

Ahora que para ella el tiempo es amplio y sin interrupciones, la lectura, ese hábito que cultivó desde que tengo memoria, ocupa sus horas, la entretiene, la acompaña, la hace vivir otras historias, conocer diversos personajes. Estar activa. Mi madre siempre leyó, pese a sus múltiples ocupaciones, a los cinco hijos que tuvo que criar y a las tareas domésticas. Su entretenimiento era —a más de la escucha de valses y pasillos— la lectura; procuraba darse ese gusto a diario y, a la vez, cultivarlo entre sus hijos.

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Recuerdo que en las tardes les supervisaba las tareas escolares a mis hermanos mayores y ordenaba que dedicaran un tiempo a practicar lectura en voz alta. Para entonces yo era la pequeña de la casa, todavía no iba a la escuela y miraba con alegría ese momento. Lo que para mis hermanos era una tarea, para mí era un instante de entretenimiento, de escucha de historias. Y luego, de imitación. Imitaba los ejercicios de mis hermanos, tomaba un libro y hacía como que leía. Y así, entre juegos y con la ayuda de mi madre, aprendí a leer antes de ir a la escuela, una hazaña de la que me sentía y aún me siento orgullosa.

Para mí, la lectura sigue siendo un instante feliz; a lo mejor porque en mi cabeza perdura ese recuerdo de infancia, en el que mis hermanos y mi madre eran los protagonistas. Ahora miro a mi madre ya mayor y celebro que siga leyendo. Me alegra que conserve la curiosidad y el gusto por las palabras. A veces lee en voz alta. Suelo detenerme a escucharla y, por el tono de su voz, puedo intuir cómo está. (O)