La historia del Maracanazo y sus secretos los relata con mucha brillantez el reconocido periodista uruguayo Atilio Garrido, a quien lo conocí en octubre del 2023 en Guayaquil durante el XV Congreso Panamericano de Panathlon, cuando dictó una conferencia.

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El libro de Garrido se llama Maracaná, la historia secreta, y contiene 410 páginas debidamente sincronizadas y cuidadosamente escogidas. Al leerlo se puede entender lo que significó el juego de Brasil contra Uruguay, por el título del Mundial 1950. Con su obra, Garrido le da sentido al pasado, tanto por el resultado futbolístico como por descubrir el peso político que tuvo y la reacción social para calificar como héroes y villanos a quienes, en ambos casos, lo fueron.

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Garrido es parte de una cofradía selecta de historiógrafos que poseen el arte de estudiar la historia con honestidad, lógica y objetividad, cualidades indispensables para convertirse en difusores idóneos de los acontecimientos.

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Por ejemplo, sería muy complejo entender la caída del imperio napoleónico sin conocer qué sucedió en Waterloo. Para eso sirve el libro de Alessandro Barbero (Waterloo: la última batalla de Napoleón). Algo parecido sucede cuando uno lee al periodista Roland Lazenby, quien en su libro Michael Jordan. La biografía definitiva explica la transformación de personalidad que tuvo el astro del básquet para convertirse en un competidor insaciable.

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Es también imposible entender el amor que tantos seguidores tienen al Barcelona de Guayaquil si no se lee el libro de Ricardo Vasconcellos Rosado Los forjadores de la idolatría. Esa obra sirve para perennizar el afecto y el reconocimiento hacia quienes labraron la grandeza del Ídolo del Astillero. Los ejemplos sobran para bien de la sociedad lectora, ávida por convalidar esa línea invisible que permite a los hechos históricos crear un antes y después del evento icónico. En el caso de Garrido, en cada uno de los catorce capítulos que dan forma al libro, explica cómo se armó la pirámide. Relata los inicios de la huelga de futbolistas en Argentina y el impulso para que en la década del 40 la Mutual Uruguaya luchara por los derechos de los futbolistas desamparados. La FIFA por esos años no tenía la influencia de hoy como empresa multinacional. Recuerda Garrido que Europa iniciaba la gigantesca tarea de reconstrucción sobre los escombros que dejó la Segunda Guerra Mundial.

En 1949 Brasil ganó contundentemente el Sudamericano jugado en su país. Mientras tanto, el DT húngaro Emérico Hirschl, de dilatada carrera en Argentina desde 1932, llegó a Peñarol en 1949 y eso lo convirtió en el técnico ideal para la selección charrúa que se alistaba para la Copa del Mundo de 1950. Finalmente fue designado nuestro conocido Juan López, quien en 1959 dirigió a Ecuador en el Sudamericano Extraordinario jugado en Guayaquil y luego en las eliminatorias a Chile 1962.

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El octavo capítulo se denomina “Otro adelanto del Maracanazo”. Garrido se refiere a una serie de partidos realizados entre Uruguay y Brasil, como el del 6 de mayo de 1950 por la VII Copa Río Branco ante 46.000 espectadores. Los celestes ganaron 4-3 y el famoso Juan Alberto Schiaffino declaró: “Los brasileños que llevan tres meses concentrados no son imbatibles”. Desde ese capítulo, el libro de Garrido se llena de detalles que reflejan las dificultades dirigenciales que tenía Uruguay.

En el décimo episodio, que Garrido llama “Un Mundial político”, compara el certamen con el Italia 1934 y con los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, organizados por Benito Mussolini y Adolfo Hitler con el objetivo de promocionar sus regímenes fascistas. Brasil 1950 comenzó con un pueblo anfitrión ilusionado, convencido de su gran poderío. La propaganda política declaró invencible a su selección. La construcción del majestuoso estadio Maracaná implicó afanes políticos del general Ángelo Mendes de Morais en la prefectura. El presidente Eurico Gaspar Dutra inauguró el descomunal escenario.

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Flavio Costa, DT de Brasil, vivía presionado porque los políticos en sus discursos convencían a la población de que el éxito era un hecho que llegaría pronto. En la inauguración del Mundial toda la nación escuchó a Mendes de Morais decir: “Jugadores de Brasil, de dos parte consta el esfuerzo. La primera, construir este inmenso estadio; la segunda, ganar el título de campeones. El Estado ya cumplió; ahora les toca a ustedes cumplirle al pueblo”.

Brasil se estrenó con un demoledor 4-0 sobre México, con Suiza empató a 2 y luego venció 2-0 a Yugoslavia en la primera fase. En tanto, Uruguay goleó 8-0 a Bolivia en su único duelo de la ronda inicial

En el cuadrangular final, jugado por puntos, Uruguay igualó a 2 con España y le ganó a Suecia 3-2. Mientras, a los mismos adversarios que enfrentó Uruguay, Brasil los goleó: 7-1 a Suecia y 6-1 a España. Así llegaban los dos sudamericano a la fecha final, un duelo entre ambos. Brasil era campeón con el empate y muchos políticos se subieron en la camioneta del triunfo porque el 3 de octubre habría elecciones.

El día 16 de julio de 1950, antes del choque por el título, 200.000 brasileños cantaban en el Maracaná: “Nós já ganhamos” (‘Ya ganamos’). Los capítulos trece y catorce del libro de Garrido cuentan los detalles desde el gol con que Brasil abrió. El empate de Juan Alberto Schiaffino y el histórico tanto de Alcides Ghiggia a 11 minutos de la conclusión. No se puede cerrar el libro si no se leen los párrafos pospartido que relatan la solitaria noche del capitán uruguayo con los brasileños. El hecho que marcó para siempre a Obdulio Varela.

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El periodismo lo identificó como el mortal de carne y hueso que produjo el milagro. Morocho tallado sobre piedra, fue el único que, en medio de la locura brasileña, comprendió el drama para su selección tras el gol local. Obdulio declaró: “Yo agarré la pelota y caminaba al centro del campo lentamente. Llevaba la pelota bajo el brazo y le fui a pedir offside al árbitro inglés; pedí un traductor. La tribuna cambió la euforia por chiflidos y después por silencio. Los jugadores de Brasil se desconcentraron. Ahí me di cuenta de que se les podía ganar. Vino el empate de Schiaffino y el del triunfo de Ghiggia; con eso Brasil se silenció. Los cohetes voladores flotaban en el mar de Río de Janeiro. Todo era desolación”.

En la noche, Varela se salió del hotel de concentración para tomar unas cervezas sin medir el riesgo. Desde un rincón de un bar veía llorar a la gente. Declaró el capitán celeste después de algunos años: “Sentí culpa. Ellos habían preparado un carnaval y se lo arruinamos. Si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, sería capaz de no hacer tanto para no hacer sufrir a tanta gente”.

Me quedo con la descripción del Maracanazo que hace Garrido: “Fue más que un partido de fútbol (aunque fue solo eso). Significa el helado filo de un puñal de plata clavado en el corazón. Un torrente de agua clara que en un día se nos transformó en sangre. Una brújula de imán revertido. Una lección tremenda de la historia, por ello siempre es gratificante revivir aquella plácida jornada de invierno que evocamos tibia y fragante como las tardes encantadas de la infamia”. (O)