Sabíamos que pronto podía suceder. Era el tiempo de Dios, que había determinado el final. Alentábamos la idea de que esa fecha triste de la partida fuera lejana, pero ahora nos dimos cuenta de que no. Llegó el día inexorable en que detuviste el aliento y sucedió. Tus amigos sentimos profundamente tu partida, aunque renovamos el compromiso de perennizar el gran mensaje de vida que nos dejaste. Hace poco me dijiste adiós, a tu manera. Hasta el último generoso suspiro ofreciste el abrazo y la sonrisa que te distinguían y sin volver la mirada cerraste los ojos y partiste. Aunque tu ausencia será material está vivo el legado infinito y solo así entenderemos que a veces partir es una manera de quedarse para siempre. Conversé con Carlos Falquez Batallas hace no más de quince días. Aunque lo notaba exhausto y con el timbre de voz apagado, no dejó que ni un segundo de la conversación se desperdiciara: fácilmente originó un intenso tráfico de criterios sobre la vida. Recurrió a las anécdotas y su memoria privilegiada recordaba los detalles de la noche que cenamos con Miguelito Olvera. Pero el tema principal siempre fue demostrar la importancia de tener muchos amigos.

Insistía en que la amistad es la expresión con que la lealtad justifica su existencia. Pensamientos iban y venían. Me di cuenta de que en algún momento pensó que tal vez esa sería la última vez que charlábamos. Antes de despedirnos me recalcó, sonriendo: Recuerda, Canessa Oneto, que la amistad es un derecho del alma.

A Carlos lo conocí en 1974, cuando por circunstancias de la vida me trasladé a vivir a Machala. Como era de esperarse, el tema medular de nuestras conversaciones siempre fue el deporte. En esos días mi amigo vivía tiempos dulces. Había conseguido en 1973, con el equipo de fútbol Carmen Mora de Encalada, de Pasaje, el ascenso de la serie B del campeonato ecuatoriano. Carlos no solo fue el gestor de la fundación del club en 1971, sino que era también el rector del colegio que llevaba el nombre del equipo. Luego, en 1978, la escuadra fue rebautizada como Bonita Banana Fútbol Club y a mitad de ese año ascendió a la categoría de privilegio y fue ahí cuando Carlos me invitó a formar parte de la directiva, en compañía de prestigiosos dirigentes como Luis Encalada, Freddy González, Raúl Rivas, Wilson Armijos, Juan Escala.

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La pasión de Carlos era el fútbol. Como dirigente del Audaz Octubrino en 1987 pudo llegar a disputar la final del campeonato nacional si no se hubiese producido el despojo por parte de un árbitro que expulsó a varios jugadores. Además, el juez central anuló un gol legítimo del conjunto orense ante los reclamos airados de los aficionados machaleños que acompañaron a Bonita Banana al estadio Los Chirijos, de Milagro. Ante tanta injusticia, Falquez decidió retirar al equipo en el primer tiempo, en señal de protesta. Ese 20 de diciembre de 1987, Carlos Falquez declaró: “Prefiero la sanción, porque primero está la dignidad que bajar la cabeza a aceptar la injusticia”. La afición orense aplaudió tan enérgica postura.

El Audaz Octubrino de histórica campaña en 1987, antes de medir a Emelec. Arriba: Manuel Córdova (i), Pedro Latino, José Mayorga, Miguel Cedeño (capitán), Holger Lomas. Abajo: Guillermo Jauch (i), Eduardo Aparicio, José Luis Zuttión, Félix Flores, Carlos Cuvi, Jorge Conejo Morán. Carlos Falquez era su principal directivo.

Incursionó en la política y la convirtió en un instrumento para servir a sus semejantes y en especial a su provincia. Se distinguió como diputado nacional por el Partido Social Cristiano en cuatro periodos. También fue prefecto de El Oro (1992-1996) y su gobernador (1985-1988). En 1984 dirigió exitosamente la Dirección Nacional de Deportes. En un evento sorpresivo, en el 2004 renunció a la diputación para competir por la Alcaldía de Machala. Ganó con una votación abrumadora, derrotando al candidato del PRE Mario Minuche, que había ocupado el cargo por doce años. La elección de Falquez como alcalde fue lo mejor que le pudo suceder a Machala. Recibió una ciudad destrozada, postergada e invadida y la reconvirtió. Acometió las dificultades con la fuerza y templanza de su carácter. Falquez se encargó de refundar Machala.

En el 2008 Carlos me solicitó que hiciera la exaltación de méritos en la presentación de Eduardo Duhalde, quien había sido presidente interino de Argentina (2002-2003). Acepté y me expresó: “Gracias, pero recuerda que Duhalde es recio, vigoroso, pero tiene algo que lo distingue: su sensibilidad. Así que, Canessa Oneto, ahí te dejo las bases de tu tarea”. Carlos Falquez, aunque tenía una gran capacidad para mantener una conversación coloquial, era frontal sobre lo que no le gustaba. Sabía que con una sonrisa eludía la indiferencia, que con una palmada contrariaba el desaire y con una mirada podía dar un discurso.

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Su principal virtud era la de convencer. En poco tiempo lograba persuadir hasta a sus más grandes opositores. Quienes no lo llegaron a conocer deben saber que él formaba parte de esa legión de los buena gente. Era de aquellos seres privilegiados que son soldados de la amistad, que buscan en la fraternidad una forma de vida. Carlos era un virtuoso social y de la lealtad; disimulaba ante el error ajeno cuando este era de buena fe. Siempre consideré a Carlos Falquez un gran ejecutor de obras, dinámico en el servicio público, en el deporte y como empresario. Todas esas facetas avalan su trayectoria de éxito que alcanzó por la templanza de un carácter que fraguó ante las dificultades que enfrentó en su vida.

Gozaba de una reciedumbre virtuosa. Hace pocas semanas, en otra columna, reconocí la valentía de Carlos al ofrecer a Machala como subsede de la Copa América 1993. Fue su decisión la que permitió convencer a la Conmebol. En mis archivos guardo el escrito del abogado Juan Carlos León, quien describió así el momento crucial: “Un jueves de 1993 a un hombre loco se le ocurrió que podíamos ser sede de la Copa América cuando Machala, sin infraestructura, era una ciudad olvidada. Parecía una ciudad perdida y detenida en el tiempo. Eugenio Figueredo, delegado de Nicolás Leoz, al enterarse de que un dirigente orense tenía la osadía de proponer al destartalado estadio 9 de Mayo, visitó Machala. Se fue convencido de que Carlos Falquez iba a ser capaz de presentar una sede a la altura de las exigencias”.

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Logró la sede y la capital orense cumplió tal cual lo prometió. También se dio tiempo de fundar en Machala Radio Superior, en compañía de Rodrigo Pineda. Su aporte es muy recordado por AER. Con la partida de Carlos Falquez, una potente voz se apagó. Ahora queda el recuerdo de su voluntad inquebrantable cuando perdía o ganaba en las lides políticas. Los ecuatorianos estamos de luto. Su ausencia parecería haber causado un silencio, pero no es así. Hoy su mensaje suena más fuerte. Decía Eduardo Galeano: “Solo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca”. Su pueblo lo extrañará siempre. Mi afán no es solo recordarlo porque eso es fácil para quien tiene memoria, sino porque olvidar es difícil para quien tiene corazón (dijo Gabriel García Márquez). Dejo constancia de que mis opiniones carecen de imparcialidad. Se sustentan en una actitud solidaria hacia el amigo y por esa razón me parcializo con él. Hoy se me viene a la mente la inspiración de Alberto Cortez: “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. Que descanses en paz, querido Carlos. (O)