Fue el lunes 28 de noviembre de 2016, día caluroso con un anochecer triste al conocerse la deplorable noticia del accidente de aviación en el que se alejaron de este mundo terrenal los jugadores del club brasileño Chapecoense, miembros del cuerpo técnico, dirigentes, periodistas y personal del vuelo. Fecha irreparable. Este golpe trágico se suma a otros seis percances, que han ocasionado la partida de 312 personas del ámbito futbolístico.

¿La misión del viaje? Ser estelarista en la disputa por la Copa Sudamericana de Fútbol ante su similar colombiano el Atlético Nacional, hoy y para siempre ese estadio de la ciudad de Medellín, Atanasio Girardot, donde se iba a efectuar el partido, será nostálgico para los hinchas del fútbol.

Quiero seguir escribiendo, pero mi máquina me detiene las ideas y trato de enlazar las palabras, estando por demás deprimido pienso en el porqué de lo ocurrido, percance que hiere y lastima al fútbol, y lo defino en que el Supremo Señor ha querido tener a todos en lo alto, solo él precisa los pasajes de la vida.

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Qué animaba a los jugadores antes del viaje, hoy sin retorno, sino demostrar el buen juego, deslizarse en el terreno con inventivas, vencer a su digno rival y elevar con gritos la Copa de campeón, no se dio y nunca se dará, pero moralmente son monarcas hasta la eternidad.

El dolor y el sufrimiento físico y espiritual en cada hogar de los fallecidos precisará de tantos años y quizás nunca se olvidarán las escenas de la desaparición de sus miembros. El fútbol está de luto por décadas y más décadas.

Nuestro corazón late y suma más pulsaciones de lo normal, es que aún no entendemos cómo deben irse de este mundo valores jóvenes y con hijos, pero vuelvo a pisar tierra y comprender que el Supremo Señor tiene los argumentos.

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Hay que aplaudir los gestos de clubes, jugadores e instituciones deportivas y otras que se han solidarizado con el equipo y la familia de los jugadores. Esos deportistas hoy juegan alegremente el fútbol en la gloria del cielo. (O)

Solo Dios sabe de su llamado…