Cada vez parecen más frecuentes las noticias sobre accidentes de tránsito en diferentes partes del país. Uno reciente es el dramático caso en que una joven mujer perdió sus piernas y todavía lucha por su vida, a causa de un confuso choque de vehículos. Aún debe establecerse y sancionarse a los responsables, sin embargo, este hecho nos confronta a situaciones que tanto autoridades como ciudadanos en general debemos analizar. De un lado, la creciente irresponsabilidad de muchos conductores y, de otro, la concepción de sistemas viales que priorizan los automotores en desmedro de la seguridad de los peatones.

Con cada noticia sobre un nuevo accidente de tránsito que cobra vida en nuestras calles o carreteras se generan en mí sentimientos de tristeza, indignación e impotencia. Tristeza por el dolor inmensurable generado a cada familia afectada. Indignación ante la irresponsabilidad de aquellos que usan su vehículo para alardear su poder. Impotencia porque a pesar de todos los accidentes, una gran mayoría de ciudadanos no toma conciencia del rol que cada uno debe cumplir para evitar que se sigan cobrando víctimas inocentes.

Basta recorrer unos pocos metros para constatar la forma casi salvaje en que se conduce. Hay un irrespeto a principios básicos de una sociedad civilizada. Se destrozan las leyes de tránsito, civismo y comportamiento. La luz amarilla es interpretada como una señal para acelerar. El paso cebra es irrespetado cínicamente y si osamos detenernos para dar paso a peatones, recibiremos una sinfonía de pitos e insultos. Conducir rápido esquivando temerariamente cada obstáculo es muestra de ser un “conductor experimentado”. Ni qué hablar de lo que ocurre en las carreteras, ahí el mejor conductor es el que logra rebasar en curva en el “momento preciso”. A muchos “profesionales del volante”, con honrosas excepciones, el título les queda grande. La elevación reciente de los pasajes no ha cambiado mucho, a más de la fachada y las puertas automáticas, continúan las carreras entre buses, bloqueo de intersecciones, exceso de velocidad.

Esta forma de conducir parecía exclusiva de hombres, pero en años recientes algunas mujeres parecen también querer demostrar que conducen “igual o mejor” que cualquier hombre. Ya no importa tampoco la edad, clase social, nivel académico, el conducir mal no es exclusivo de algún grupo en particular. Muchos jovencitos, seguramente con padres muy temerarios al conducir, replican el ejemplo y terminan trágicamente sus cortas vidas.

Las grandes y pequeñas avenidas están concebidas para agilitar el tránsito de automotores. Existen intersecciones con semáforos para todas las direcciones, pero sin previsión para los peatones que deben arreglárselas como puedan para sortear los carros. Ni qué decir de los pobres ciclistas.

¿Qué nos pasa que permanecemos impávidos ante tantas tragedias? ¿Hasta cuándo el paso cebra será un paquete inútil de franjas en el suelo? Hagamos respetar nuestros derechos como conductores y peatones responsables. Enseñemos a niños y jóvenes que conducir no es echar a andar un vehículo, involucra el tomar conciencia de que es un privilegio y conlleva responsabilidades, que incluyen el respeto a las leyes de tránsito y al derecho de los otros de transitar seguros. Promovamos la educación vial activamente, tal vez así contaremos con verdaderos profesionales del volante. (O)