A raíz del fallecimiento de Santiago Gangotena, fundador y canciller de la Universidad San Francisco de Quito, es necesario reflexionar sobre el valor que representa la Academia como una experiencia de transformación profunda, constructiva y permanente. La universidad es una institución viva, vibrante y virtuosa, en donde se construyen saberes y conocimiento, en donde se desarrolla la investigación y la innovación. Su autonomía y libertad la convierten en un poder en sí mismo, ya que independientemente de su ideología, su objetivo es crear pensamiento crítico y colaborativo para impulsar el progreso.

Genio y figura

Proteger y defender la autonomía universitaria garantiza el pensamiento crítico. Una autonomía que define los límites entre Estado y Academia, y se expresa a través de la libertad para crear conciencias y seres humanos libres. Pero también esta autonomía define la identidad y singularidad de cada universidad, sea esta pública o privada. Una identidad que convive con las diferencias y es complementaria al mismo tiempo; porque la universidad necesita dialogar, reflexionar, comprender a partir del respeto y la fraternidad. Toda lesión a la autonomía, tanto institucional como personal, es una violencia contra la dignidad y la integridad.

Defender y proteger la libertad académica garantiza el pensamiento colaborativo. Una libertad que a partir de la conciencia autónoma el ser humano es capaz de comprometerse con el conocimiento y la verdad, es capaz de interrelacionarse con la sociedad, con el interés común y la convivencia humana. Desde esta interrelación recíproca, libre e independiente, se crea una cultura de responsabilidad común al servicio de la sociedad. Una cultura donde no cabe el odio, el desprecio o el descrédito, tanto institucional como personal. Toda lesión a la libertad académica es una agresión a la verdad y la justicia.

Verdad, bondad y belleza

La naturaleza universitaria es su capacidad crítica y autocrítica; su fortaleza es su poder colaborativo y transformador. Esta capacidad transformadora de la universidad nos desafía a mirarnos como sociedad. No necesitamos una sociedad fragmentada o enfrentada, en competencia política o social, movilizada por intereses contrapuestos que desvirtúan la razón esencial del impulso universitario: la búsqueda incesante del saber, que minimice la mediocridad y fortalezca la autenticidad.

Para entender la relación universidad-sociedad es imperativo valorizar la autonomía y libertad académica como derechos y obligaciones fundamentales en el convivir social, porque en la convergencia de intereses universitarios está la respuesta a la búsqueda de las soluciones que nos apremian como sociedad; nos corresponde entonces autotransformarnos para vincularnos con los sectores sociales, productivos y gubernamentales de manera transparente, eficaz y sobre todo respetando las libertades.

La juventud necesita confiar en sus capacidades, descubrir sus posibilidades y comprometerse con transformaciones positivas y creativas que trasciendan generación tras generación. Cada momento universitario deja un legado que nos inspira a crecer haciendo crecer. (O)