Estamos en vísperas de celebrar el Día de Difuntos. Las familias se reúnen, se desplazan, se juntan alrededor de una tumba arreglada, embellecida. Las comunidades indígenas suelen llevar comidas que comparten alrededor del sepulcro, mientras otros en casa preparan aquello que más gustaba a quienes recordamos. La muerte es la gran pregunta de la vida.

Círculos virtuosos

¿Qué pasa cuando morimos? ¿Sobrevivimos de alguna manera, nos juzgan según nuestro comportamiento en la tierra y recibimos premio o castigo, o quedamos en el limbo en espera de un rescate?

El gran misterio es la vida, esta vida nuestra que se escurre entre las manos mientras corremos atrás de algún sueño: criar bien a los hijos, un trabajo, unas vacaciones, un triunfo deportivo o político, un paseo, una boda, un concierto, un reconocimiento, una graduación… Corremos en busca de la felicidad que en general la imaginamos como resultado de cosas que nos suceden y a las que concedemos poder, que son exteriores a nosotros, que llegan a nuestra vida y se integran a ella de manera más o menos superficial como un barniz que embellece.

¿Quiénes somos? ¿Qué hace que yo sea yo?, ¿qué mantiene esta vida, este cuerpo, que cambia con los años, y sin embargo sigo pensándome como una unidad? ¿Qué es la conciencia, se puede comprar?, ¿qué es eso que llamamos alma?

Algunas personas fueron torturadores y asesinos y a la vez aparentemente excelentes padres. ¿Qué separa interiormente el buen accionar de conductas aberrantes en las mismas personas y por qué no las descubrimos a tiempo? Hemos conquistado la Tierra y viajamos por el espacio, pero no superamos el hambre, ni la injusticia, ni las ansias de poder se traducen en felicidad.

La historia de la evolución nos muestra que tiene más posibilidades de sobrevivir lo pequeño que lo grandioso. Las hormigas y cucarachas sobrevivieron a los dinosaurios. En Colorado, un enorme árbol de 400 años que superó tormentas, rayos, relámpagos sucumbió a unos diminutos insectos que lo invadieron, como las cochinillas han matado centenas de árboles en Guayaquil.

En medio de la incertidumbre, una pequeña esperanza se abre paso, tenemos que aprender a amar...

¿Cómo acoplarnos en esta red de vida de la que somos parte, en la que estamos tan integrados que sin ella no podríamos subsistir y a la vez entender nuestras ansias de dominio que nos llevan a querer sobresalir y creernos más importantes y mejores que los demás y por lo tanto anula ese sutil entramado colectivo que nos sostiene y sostenemos?

Ecuador sin política

¿La vida da sentido a nuestra muerte o la muerte da sentido a nuestra vida?

¿Cómo superar las guerras que creamos para defender derechos o para obtener poder?

Como seres humanos no hemos aprendido a procesar conflictos, no hace parte de nuestra inteligencia colectiva de sobrevivencia. Muchos pueblos creen que su existencia significa la muerte de los otros.

La pregunta personal, íntima, se torna colectiva. En medio de la incertidumbre, una pequeña esperanza se abre paso, tenemos que aprender a amar, con un amor profundo, personal y colectivo, que nos transforme y nos dé alas y a la vez sufra con el que sufre y busque soluciones. Que se apoye en su propia fuerza y nos dé vida, como la savia que vence la gravedad y llena el árbol de hojas y flores.

Entonces la vida y la muerte tendrán sentido. (O)