La discordancia entre lo que percibimos como real sin que, efectivamente, lo sea es una de las tantas maneras como el cerebro puede engañarnos y condicionarnos a actuar de una determinada manera. Uno de los tantos ejemplos lo constituye el trastorno de la conducta alimentaria, cuya prevalencia ha aumentado luego de la pandemia de 2020. Es un trastorno psiquiátrico grave, que muchas veces pasa desapercibido o es minimizado en su inicio; de tal manera que, para cuando se interviene, la enfermedad ya ha tomado grandes proporciones, poniendo en riesgo la vida de quien lo padece y causando mucho dolor familiar. La conducta mental frente a la comida varía entre extremos: o se come mucho o se come poco/nada. En ambos casos hay daños en la salud. El cerebro engaña haciendo que la percepción de la propia imagen corporal sea completamente distinta de como se es realmente. Como condición psiquiátrica requiere la intervención temprana del especialista. El camino hacia la curación es accidentado y largo.

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Los estándares de belleza que implican mantenerse delgado y musculoso han hecho y siguen haciendo mucho daño, especialmente a personas susceptibles de basar su vida en la imagen corporal. Son muchos los casos que han sido objeto de denuncia por malas prácticas médicas, o de experiencias peligrosas de pacientes que se han sometido a un riesgo quirúrgico innecesario. Por otro lado, las redes sociales y el marketing son corresponsables de un culto absurdo a la estética del cuerpo, transmitiendo el equivocado mensaje de la perfección corporal (no necesariamente equivalente a salud) como principal razón del éxito en la vida. En el trastorno dismórfico corporal existe una constante búsqueda de defectos físicos corporales que urge corregir. Los defectos, si es que realmente existen, son mínimos o pasan desapercibidos, pero el cerebro engaña a quien padece este trastorno. El miedo al rechazo, la baja autoestima, los trastornos obsesivos, la conducta perfeccionista, son unos cuantos factores que juegan un rol importante en esta tergiversada apreciación de la propia identidad corporal. Si bien la genética juega también un papel importante; en el caso de los jóvenes, generalmente se relaciona con ambientes familiares con mucha exigencia y poco diálogo.

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En la vorágine del “cuerpo perfecto” no solamente están las cirugías estéticas, que ya de por sí acarrean riesgos quirúrgicos, sino también el uso de ciertas medicinas que tienen indicaciones específicas, pero que, por sus efectos colaterales, provocan pérdida de peso. Así, entonces, se pasa del uso terapéutico de los fármacos a su abuso. Se acaba de reportar un número creciente de casos de botulismo tras operaciones estéticas realizadas en Turquía. La toxina botulínica (como su nombre lo indica, es una toxina, y, por lo tanto, es un tóxico) tiene múltiples usos terapéuticos; pero su mal uso y su mala aplicación pueden provocar complicaciones severas.

Los jóvenes, actualmente expuestos a mucha información, requieren, más que antes, una constante comunicación familiar. Que un adolescente “se ponga a dieta” sin ser realmente necesario para su salud debe alertar a sus padres de que algo no anda bien. (O)