Se callaron los tirios y los troyanos. Este hombre que estaba al frente de ellos iba a contar algo tan terriblemente devastador que a los irreconciliables enemigos no les quedó otra alternativa que ponerse de acuerdo en que debían guardar silencio y escuchar.

El hombre recordó dolores que las palabras no pueden nombrar. Contó cómo fue que ese personaje cruel y tramposo, valiéndose de argucias y engaños, destruyó su país. Cómo les hizo creer a sus conciudadanos que un caballo de madera era una bella ofrenda a los dioses, cuando en realidad era una abominable arma de destrucción y miseria. Contó cómo fue que sus compatriotas dejaron entrar por las murallas que se supone que debían protegerlos al caballo en cuyo interior se escondían los más terribles enemigos. El hombre recordó lo que vivió: “Por todas partes lamentos y horror; por todas partes la muerte, bajo innumerables formas”.

Las remesas

Para los oyentes fue imposible no conmoverse. La narración era histórica y personal. No solo se trataba de un testimonio de lo que había ocurrido, sino que también contaba la horrenda tragedia personal del que tuvo que abandonar su propio país para ir en busca de paz y progreso a una tierra extranjera.

Hoy sabemos que tres de cada cinco ecuatorianos quieren emigrar. El año pasado sesenta mil ecuatorianos se internaron en el Darién, uno de los lugares mas inhóspitos y peligrosos sobre la faz de la Tierra, con el único objetivo de salir del Ecuador. Estuvieron dispuestos a endeudarse y arriesgar su patrimonio y su vida con tal de irse de un país que no les ofrece ningún futuro.

Esta es la gran destrucción de nuestros días. Un país con todos los recursos naturales, asentado sobre grandes reservas de petróleo y de ricos minerales, pero con unas instituciones y una cultura que no permiten a sus ciudadanos más jóvenes otras alternativas diferentes que el desempleo o el enlistamiento en organizaciones criminales. Una vida de lamentos y horror, y de muerte por todas partes, bajo todas sus innumerables formas.

Héroes sin capa

Ciertamente a nosotros también nos metieron un caballo de Troya. Ciertamente nosotros hemos sido testigos de una destrucción absoluta. Allí está esa Constitución que garantiza el subdesarrollo. La destrucción del sistema jurídico con unas medidas de supuesta protección de derechos constitucionales que le da amplios poderes a cualquier juez corrupto para desconocer contratos y derechos de propiedad. La destrucción del sistema económico con la estatización y la inviabilidad de la inversión privada. La destrucción del sistema político con la abolición del sistema de pesos y contrapesos de los tres poderes del Estado. Allí está también una cultura de odio y resentimiento. La justificación moral de la corrupción y de la criminalidad. El aplauso público al que vive del daño y la extorsión.

El impactante fenómeno de la migración de ecuatorianos no es solo un dato histórico. Se trata de la suma de millones de tragedias personales que ni los tirios ni los troyanos ni los ecuatorianos deben olvidar. (O)