Cada vez contamos con más elementos para poder discernir las bondades y los peligros de la era digital en que vivimos. Prácticamente no se ve ya en las calles ni una persona que no esté pendiente, de alguna manera, de su teléfono celular, una de las tecnologías más extendidas –¿y necesarias?– que conocemos hasta ahora. Los teléfonos llamados inteligentes, ciertamente, son muchas veces una maravilla para la vida diaria, ya que nos ayudan a llegar a lugares que no conocíamos, nos permiten resolver dudas sobre algunos datos en instantes, nos tranquilizan cuando recibimos ciertos mensajes de nuestros familiares.

Pero hay estudiosos, como el médico italiano Lamberto Maffei, que, frente a la alienación de la gente que no se despega de los celulares, advierten sobre los riesgos de haber descuidado el uso de la palabra, ante lo cual se han propuesto una defensa del lenguaje de la palabra. Maffei, que realiza investigaciones en el área de la neurofisiología, considera que las neuronas del pensamiento están perdiendo fuerza frente al poder de las neuronas del movimiento. En un futuro no muy lejano, ¿nos costará más pensar que mover los pulgares sobre una pantalla? ¿No estamos viendo que ahora es más complicado mantener una conversación sensata?

La clave para “una buena vida” según la Universidad de Harvard: qué dice el estudio más largo sobre la felicidad jamás realizado

La comunicación verbal –nuestro lenguaje de la palabra, único entre los animales– ha sido fundamental para nuestra sobrevivencia como especie porque ha permitido que el pensamiento racional ocupe un lugar central en nuestra evolución: “el lenguaje es una cadena de palabras enlazadas por la razón”, afirma Maffei, pues solo el hablar nos lleva al razonamiento, que es justamente lo contrario que vemos en las campañas y en los mensajes de los políticos profesionales y de los improvisados, en los que la cháchara y el blablablá se han ido extendiendo hasta situaciones degradantes. El tamiz de la razón va perdiendo terreno.

De ciudad a urbe

Todos tenemos que cambiar para sostener la vida y apostar por cambios que son lentos porque son culturales...

Todos tenemos que cambiar para sostener la vida y apostar por cambios que son lentos porque son culturales: en el lenguaje de la palabra, en el cerebro y en el razonamiento se alojan las posibilidades de transformación y de mejora. Por eso hay que llevar la conversación dentro de los cauces racionales para que podamos enfrentar exitosamente los retos del presente: “La escuela de la palabra es la escuela del hemisferio cerebral del lenguaje, el de la racionalidad, es la escuela de la reflexión, la del pensamiento lento, diría yo, la que enseña que antes de decidir hay que reflexionar y que antes de creer hay que pensar”, dice Maffei.

Debemos empeñarnos en que la práctica de la conversación, del intercambio de ideas, del debate y del desacuerdo razonado no se pierdan ni en la familia, ni en la escuela ni en el trabajo, ni tampoco en la vida pública, pues únicamente la charla sostenida en razonamientos podrá ayudarnos a avizorar un futuro más comunitario y compartido a nivel personal y social. Lamberto Maffei, en Elogio de la palabra (Madrid: Alianza, 2020), nos invita a perseverar en este cometido: “Las palabras me han enseñado a ver. El gran almacén de la vista está hecho de palabras. He llegado a la conclusión de que quien tiene más palabras ve más”. (O)