Últimamente he visto tanta muerte a mi alrededor, gente querida abandonando este mundo dolorosa, incomprensiblemente. ¿Por qué una madre que llevaba una vida sana enferma de cáncer incurable? ¿Por qué un artista se desangró atrapado en el ojo de un huracán de violencia? En vano intentamos hallar lógica en aquello que no la tiene. La huesuda nos pisa los talones desde el día en que nacemos. Evadirla es arte y suerte. Y a veces parece estar ganándonos la partida, tiñendo de sangre los ríos por donde solía fluir despreocupadamente la vida. Somos frágiles ante la arbitrariedad de la muerte. ¿Qué podemos controlar en nuestra existencia si tantas fuerzas extrañas dominan nuestro destino personal y colectivo? Ante esta angustia no busco refugio en los cuentos con final feliz y soluciones mágicas sino en las historias de resistencia y aceptación. Visito las biografías de quienes sufrieron hasta las últimas consecuencias y a la fortaleza de la lucha le sumaron algo aún más valioso: la sabiduría de quien sabe aceptar aquello que no puede cambiar. Nuestro mundo dominado por eslóganes nos vende fórmulas falsas: todo lo puedes superar si te esfuerzas, si haces, si compras. Puedes tenerlo todo, insisten, no te des por vencido. Pero la fortaleza espiritual humana va por otro camino. Siendo vulnerables a tantas tormentas, nuestro poder reside en nuestra capacidad para sentir dolor sin que este nos destruya, para transformar y transformarnos en ese sacrificio. No está de moda decir palabras como “resignación”, peor aún decirlas con orgullo y dignidad.

¿Dónde está Dios entre tanta muerte absurda? Es quizá la pregunta más antigua que se ha hecho el ser humano...

Hace poco se estrenó un documental sobre un joven alemán que murió de cáncer linfático. El tumor le abrió un agujero en el pecho, una caverna purulenta y dolorosa que se le llenó de larvas tras nadar en las aguas del Caribe. Hasta el final de su vida, Philipp Mickenbecker (1997-2021) no dejó de intentar disfrutarla al máximo, entregándose a aventuras en la naturaleza con su hermano gemelo y un grupo de amigos hábiles y creativos junto con quienes había creado en 2016 el canal de YouTube The Real Life Guys. 1,7 millones de suscriptores gozaron viéndolos construir un submarino y una bañera voladora, una rampa para saltar al lago a toda velocidad a bordo de un carrito rojo para niños, una casa de árbol, patines de sierras eléctricas, locuras refrescantes en un mundo dominado por la inactividad y la experiencia de segunda mano a la que nos condena lo digital. Es natural que los Real Life Guys hayan ganado tantos seguidores. Sus experiencias, su talento macgyveriano, su vitalidad, su conexión con la naturaleza nos hacen sentir vivos. ¿Cómo comprender que la muerte haya extinguido una vida tan vibrante?

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Real Life se titula este documental a través del cual acompañamos a Philipp paso a paso hasta la muerte. Es una historia de dolor y fe, amistad y alegría, una búsqueda de sentido en el sinsentido, una búsqueda de Dios en un paisaje oscuro como una maldición. ¿Dónde está Dios entre tanta muerte absurda? Es quizá la pregunta más antigua que se ha hecho el ser humano, una pregunta que nos seguiremos haciendo mientras danzamos entre la fe y la resignación, la realidad y la ilusión. (O)