La violencia la tenemos impresa en nuestros gestos, nuestras palabras, como una gelatina difícil de desprender. Lo más grave es que se está pegando en nuestro corazón, en nuestros sentimientos, como un chicle que se estira y aunque lo saquemos deja huella.

Sin previo aviso llega a mi celular la danza de un militar golpeando en la calle a unos delincuentes (¿terroristas?, aún no lo sabemos) con una constatación y una pregunta: “Me alegra oír llorar a esos delincuentes, ¿y a usted?”.

Recuperemos las calles

La agilidad del ejecutor, los gestos amplios, las piernas abiertas, los movimientos rítmicos de los brazos y la cadencia del cuerpo lo transformaban en una danza a contraluz durante la noche silenciosa y desolada de Guayaquil en toque de queda. El golpe seco, los gritos y llantos eran la música de fondo. Mi pregunta era otra: ¿cómo llegará ese militar a su casa, cómo tratará a su esposa y a sus hijos, cómo manejará en ambientes domésticos la ira y la frustración?

Comprendo y sé que estamos enfrentados a grupos peligrosos que actúan sin piedad y muchas veces con extrema violencia, pero actuar como ellos nos arrastra a su lumpen. Ellos terminan ganando la guerra porque nos arrinconan a ser, pensar y a relacionarnos como ellos.

Con otras armas

Veía en el parque cercano a unos niños jugando a la guerra, con un compañero en el piso y los demás golpeándolo con cañas, hasta que unos vecinos los separaron.

Colectivamente somos cada vez más conscientes de la importancia de la salud mental, del cuidado que debemos tener con nuestros sentimientos y afectos, no solo para nuestra vida sino para el tejido comunitario del que hacemos parte.

Tarea urgente es recuperar la manifestación del arte, los espacios públicos para encontrarnos...

Copiar las maneras de actuar de los que combatimos no nos llevará a la paz, sino a la degradación de la sociedad en su conjunto.

Terminamos acostumbrándonos a la violencia provocada por terroristas, delincuentes. Y también a la violencia callada del hambre, la corrupción, la falta de trabajo, los enfermos sin médicos ni hospitales, la mala educación, el desorden en casas y ciudades, exiliamos la belleza y la armonía de nuestras vidas y nos alimentamos de noticias, películas, TickTock que nos bombardean desastres y muertes.

Por eso las otras grandes víctimas en este mundo, que nos ofrece la guerra, la represión y la tortura como espectáculo, son la belleza como asombro y deleite, la palabra como vínculo y la emoción como inteligencia.

Tarea urgente es recuperar la manifestación del arte, los espacios públicos para encontrarnos, oírnos y divertirnos juntos, para gozar de la naturaleza, la amistad y asombro de las cosas bellas que nos suceden. Una maratón de relatos de buenas noticias en medio de la debacle, de los milagros pequeños y grandes que nos ocurren individual y colectivamente, de las coincidencias que nos conmueven, de la ropa que nos gusta, las comidas que disfrutamos, la música que nos conmueve, los partidos que gozamos, los animales que amamos. El rincón de los encuentros en los parques. El rincón de la pintura y el baile, el rincón de los abuelos, sus cartas y sus juegos. El rincón de los maestros adolescentes que enseñan las tareas a los niños que no aprenden por Zoom. El rincón del huerto comunitario de sandía, melón y albahaca. El rincón de la esperanza. (O)