“En qué lado estaría Simón Bolívar en una guerra como esta que Rusia desató contra Ucrania, a quién apoyaría San Martín?” se preguntó el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, al terminar el discurso que diera ante los delegados de las naciones que participaban en el reciente Período Ordinario de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), en el que pidió la solidaridad de la región ante la invasión rusa a su país. “Creo que no apoyarían a alguien que se enfrenta a un país más pequeño como un típico colonizador, a alguien que constantemente miente y que no llama guerra a una guerra”, añadió Zelenski. La pregunta del presidente ucraniano les parecerá a algunos como anticuada. Y es que en una región preñada de cinismo, dominada por dictadorzuelos, en un continente donde Bolívar y San Martín han sido asesinados por quienes se llenan la boca invocando su nombre mientras se llenan los bolsillos robando y pactando con el narcotráfico, en una América Latina como la de hoy, claro que resulta incómodo que Zelenski nos pregunte de qué lado estamos. A esta gente le importa un comino la decisión de Putin de llamar a 300.000 jóvenes para mandarlos a morir al frente, la anexión de territorios tomados por la fuerza luego de supuestos referéndums y la advertencia de que no se descartará el uso de armas nucleares para “defender” su territorio, nada de eso parece importarles a muchos de nuestros líderes. Lo que está por verse es si la élite rusa y su pueblo están dispuestos a acompañar al paranoico de su líder en su absurda decisión de saltar al abismo.

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El señor Zelenski parece haberse equivocado en su discurso. En algunos países de la región –el nuestro es una de las excepciones– predomina la increíble idea de que debemos permanecer neutrales ante la invasión rusa y la anexión de territorios. Poco les importa lo que diga la Carta de las Naciones Unidas sobre el uso de la fuerza, como a pocos les llama la atención el bloqueo naval para que Ucrania deje de exportar alimentos al mundo. Para algunos este es un conflicto que no nos atañe y, lo peor, es que hay una justificación en la agresión bélica a Ucrania con la cantaleta de la supuesta expansión de los países de la OTAN luego del colapso del imperio soviético. Basta leer los comentarios del propio Putin y sus discursos para caer en cuenta en que se origina en su obsesión por restablecer el esplendor del Imperio ruso en los días de Pedro el Grande, cueste lo que cueste, y que nada tiene que ver con la decisión de Polonia, los Estados bálticos y otros de solicitar su acceso a la OTAN tan pronto como el dominio soviético se desintegró.

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Claro que Bolívar y San Martín habrían condenado a Rusia. Se hubieran horrorizado de los informes de la ONU y de la Corte Penal Internacional sobre la matanza de civiles, la violación de mujeres y las torturas. Pero nada de eso les importa a muchos políticos latinoamericanos. La suerte de Putin es que cuenta en la región con embajadores como Correa que tienen el apoyo de los carteles de la droga y del crimen organizado. Por eso es por lo que suena bonito quejarse de la delincuencia en el Ecuador, cuando los que se quejan son aliados políticos del correísmo, y que guardaron silencio por décadas mientras el narcotráfico penetraba en nuestra nación. (O)