“El que no anuncia no vende”, es una frase que todos hemos oído alguna vez. Y ha llegado el momento de vender, al menos, así parece.

Empiezan entonces los recorridos, en los que los vendedores, de sí mismos, algunos vistiendo de manera diferente a su atuendo cotidiano, sonríen, abrazan, saludan, besan niños y se toman un descanso para comer en el puesto de la esquina o en una carretilla, mientras intentan establecer conversación con los que lo rodean y, entonces lo hacen en un lenguaje, a veces soez, que no es el mismo con el que se comunican con sus amigos, vecinos, socios, no, es un lenguaje especial para el pueblo, la clientela que esperan conseguir.

Aparecen las gorras, las camisetas, los repartos, los bailes en las tarimas y los discursos. Es el momento en el que el vendedor se transforma en vendedor de ilusiones, cuando las ofertas suben y suben y, a veces, hasta abarcan lo que ellos no podrán resolver y lo saben. Pero no importa, creen que el pueblo al que dicen defender y querer servir no entiende de eso y no lo consideran necesario.

Cuando termina el espectáculo, los vendedores se retiran cansados, Tal vez pensando que lograron venderse y que pueden volver a ser ellos mismos hasta la próxima presentación. Quizás confían en que el pueblo al que dicen que quieren ofrecerle una oportunidad de mejores días, no se da cuenta de que en su acercamiento faltaba la autenticidad y quizá se equivoquen.

(...) es obligación y responsabilidad ciudadana analizar a los candidatos más allá de los escenarios.

Me pregunto, si esa necesidad de mostrarse otro y ese comportamiento que los lleva al cambio de modales, de lenguaje, de vestimenta, no será manifestación de un concepto peyorativo de ese pueblo al que están dispuestos a jurarle amor eterno; o se trata de una cosificación, creen que el pueblo es algo que se puede usar como si fuera una cosa y que una vez utilizado se puede desechar. O será resultado de una inseguridad, del convencimiento de que si muestran la verdad de sí mismos no lograrán lo que buscan.

O están confundidos, creen que el derecho del sufragio es algo que se puede utilizar, les sirve para venderle a los ciudadanos la idea de que en ellos está la solución de sus problemas aunque, algunos, lo que buscan es beneficio para su partido, su movimiento, sus amigos y familiares y para ellos mismos.

Visto así, no es extraño que se expresen en shows con los que creen engañar a los ciudadanos. Pero no sería difícil probar que muchos votantes, lo son por obligación y que hay votos que, realmente, son manifestación de rechazo a lo que presentan como política.

Pronto se bajará el telón, pero no esperemos que el espectáculo concluya para hacer lo posible por conocer quién y cómo son realmente los actores fuera de las candilejas, sus antecedentes, sus fanáticos cercanos, su libretista y sus financistas, porque aunque ellos no lo crean, el derecho del sufragio es una expresión importante y respetable de la democracia y es obligación y responsabilidad ciudadana analizar a los candidatos más allá de los escenarios. (O)