En un pequeño poemario mi amigo el poeta Omar Díaz Vargas narra sus exequias: “ayer fueron mis exequias, estuve húmedo en el frío; me acompañó la soledad, como un blasón aristócrata, como una sombra, como un abismo, como un árbol piadoso que me arrastró, descanso. Deposito una lágrima sonriente en mi último silencio”.

El sabio sabe que es ignorante

Yo había oído hablar del poeta Omar cuando me invitó a que lo acompañe como vicepresidente de la Casa de la Cultura de Milagro. Nos eligieron en una asamblea y nos gustó porque esa era su vida y era la vida que a mí me gustaba, yo venía de un colegio de jesuitas y de la muy culta, poética y señorial ciudad de Cuenca. Estuvimos algunos años al frente de la Casa de la Cultura de Milagro e hicimos muchos actos culturales con grandes amigos de Guayaquil y de nuestra ciudad, desde poetas, hasta músicos. Propusimos la creación del monumento a Jorge Borja Fuller, tarea en la cual nos apoyó la alcaldesa de aquel entonces Dennisse Robles; Omar siempre entregando reconocimientos a la juventud por sus manifestaciones culturales y artísticas.

(...) fue un hombre que se hizo amar por su sencillez, humildad y por su enorme apego a la cultura y a la ciudad...

Era un poeta irreverente, poco amante de lo material, era un intelectual y lo poco que ganaba lo dedicaba a la cultura, desgraciadamente todo cuesta. Cuando supe que había enfermado, lo ayudé en todo lo que podía ayudarlo hasta que se agravó este honorable amigo, catedrático, doctor en ciencias de la educación y poeta, un poeta que aprovechó de los insomnios y los crepúsculos para dar rienda suelta a su alma mística y lírica, un poeta que hizo de la utopía una realidad de la cual disfrutaba, compartía y dialogaba.

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Al final todo pasa

Omar estaba enamorado del amor que veía y sentía como realidad en sus sueños, fue un hombre que se hizo amar por su sencillez, humildad y por su enorme apego a la cultura y a la ciudad que jamás dejó de amar. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro